Compasión y compartir, milagro y misión

Para el día de hoy (31/07/11):
Evangelio según San Mateo 14, 13-21
 
(Este pasaje es reproducido seis veces por los cuatro Evangelistas, de allí la honda significación para las primeras comunidades cristianas y, a la vez, el decisivo tenor que tiene para quienes en un futuro lo leyeran, tú y yo, vos y ella, todos nosotros.

Se han escrito enormes cantidades de libros, ensayos y reflexiones acerca de la multiplicación de los panes y los peces, casi tantos como las interpretaciones que se han hecho de ese suceso. Aquí -humildemente, con las mas que evidentes limitaciones de quien escribe- intentaremos otra búsqueda; no distinta, no pensamiento único -que de por sí es gravísimo-, no desechar lo que otros han reflexionado con sabiduría, sino animarnos a dar un paso más.
Porque nunca hay que contentarse, porque en la Buena Noticia siempre hay más, siempre.

Jesús se ha retirado en una barca para estar a solas: se ha enterado de lo sucedido con el Bautista en esa orgía de muerte y corrupción herodiana, y es dable pensar que tenía una necesidad imperiosa de encontrarse en la oración con su Padre en busca de paz y consuelo. Él era muy cercano a Juan, había sido bautizado por él en las aguas del Jordán, y muy probablemente compartió bastante tiempo con los discípulos del Bautista. El cruel final violento de la vida del último de los profetas de la Antigua Alianza también preanuncia su Pasión, y ese Jesús dolido y entristecido, no exento de temor se nos hace cada vez más cercano, cada vez más nuestro, cada vez más igual a cada uno de nosotros.

Las gentes conocían bien a Juan y a Jesús: no es improbable pensar que esa multitud quisiera, con su compañía, brindar su consuelo al rabbí galileo, y allí hay todo un símbolo de lo que nos suele suceder, de lo que a menudo nos empeñamos, y es nuestra intencionalidad siempre vigente de esforzarnos y hacer frente a cualquier riesgo por todo aquello que creemos que podemos y debemos hacer por Dios... y así, sin quererlo, nos negamos como hijas e hijos y no le permitimos a Dios ser Él mismo, un Padre que nos cuida y una Madre que nos protege.

Por eso Jesús mismo abandona la barca, abandona su dolor y su necesidad de soledad y se vuelca a esa muchedumbre que tanto sufrimiento lleva a cuestas. En el tiempo nuevo del Reino no hay necesidad que sea postergable, no hay espacio para el luego veremos, para el que se arreglen ellos. Es el tiempo del nosotros.

Es un sitio desierto, es decir, lejos de confort y lugares en donde puedan proveerse de sustento, sitio inhóspito y hostil para tantas mujeres, hombres y niños.
Los discípulos se dan cuenta, no tienen demasiado dinero ni hay sitios en donde comprar tanto pan, y optan por la salida lógica: esas gentes deben regresar, el Maestro debe devolverlos a sus sitios de origen con sus dolores, su hambre, sus necesidades insatisfechas.
Es la salida tristemente actual que busca soluciones a partir de capacidades económicas, una matemática fría y poco cordial, netamente materialista y probablemente egoísta.

Jesús responde a los suyos que esa urgencia es de ellos, que la gente desfallecerá si ellos mismos no les dan de comer. La lógica se nos aparece del lado de los discípulos, y del lado del Maestro una locura impensada, cinco panes y dos peces y todo aquello que no pueden comprar no es respuesta para la multitud.

Sin embargo, esos discípulos que razonan desde la mundanidad deben hacer su Pascua, el culto verdadero comienza por socorrer el necesitado...y no por rendirle pleitesía al mercado y a razones limitadas que prolongan y multiplican las necesidades.

Nosotros somos esos discípulos. No lo eludamos, es así, razonamos así, nos desdibujamos así, miramos hacia otro lado del mismo modo, y seguimos maravillándonos de esos pocos panes y ese par de pescados que alimentaron a tantos hasta la saciedad, que llenan doce canastas, fulgor milagrero bien ajeno, tan de Jesús y tan poco nuestro.

El Maestro ha puesto en nuestras manos el dolor, el sufrimiento y la necesidad de muchos, de tantos... Hay demasiado hambre militante y campeando por todas las latitudes, hay demasiados descampados, demasiados desiertos de gentes que languidecen en silencio y abandono.
¿Cómo hacer para subsanar ello, o más bien, que haremos con estos escasos panes y peces que somos?
La lógica infiere que muy poco o nada, pero es tiempo del Reino, de la santa ilógica en donde florecen los milagros tejidos por Dios y el hombre.

El milagro que renueva la vida está enraizado en el compartir lo poco que somos, en aunar nuestra escasez, en hacer que sintamos fuerte el hambre del otro, que nos duela en el estómago la necesidad aparentemente ajena.
Allí habrá pan abundante para todos, pan que no se acaba, pan listo para los que aún no han llegado, y sitios desiertos y hostiles que se transforman en mesas cordiales y fraternas, ámbitos de plenitud y liberación que prefiguran y anuncian el compartir mayor que es la Eucaristía, Dios mismo haciéndose pan para que nadie pase necesidad.

El milagro -signo del Reino- acontece cuando hacemos identidad propia la compasión y el compartir, misión primordial de un Dios que nos ama hasta el extremo de negarse a sí mismo y darse por entero a todas sus hijas e hijos)

Paz y Bien

2 comentarios:

Marian dijo...

¡ Enhorabuena por tu reflexión! Siempre ayuda
mucho.¡Muchas gracias!
¡Feliz día del Señor!
Bendiciones!!!

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Un abrazo grande, Marian, y ¡bendito sea el Dios que anima tu generosidad, tu calidez y tu alegría!
Paz y Bien
Ricardo

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