Tiempo de Dios y el hombre, sanación y Salvación


Para el día de hoy (10/10/10):
Evangelio según San Lucas 17, 11-19

(A lo largo de la historia, hemos erigido diversos ídolos a los que rendimos culto; esos ídolos se corresponden con convenientes -o nó tanto- imágenes de un dios falso.
Un dios que castiga, un dios de recompensas, un dios acotado a normas, un dios encerrado en los templos, un dios al que le place el dolor, el sufrimiento, la exclusión, la opresión, la enfermedad. La lista es muy extensa, tan voluminosa como es la crueldad de ese falso dios,
lejano e inaccesible.

Ese dios no es el Dios de Jesús.

En el culto de ese ídolo -necesariamente- se encontraban las leyes de impureza y especialmente, las normas referidas a la lepra. Es claro que se trataba de una enfermedad seria y que no debía tomarse a la ligera; sin embargo, lo grave era considerar a la enfermedad producto de la dupla pecado/castigo, y la necesidad de aislar y excluir al enfermo.
Sin embargo, esta exclusión no se debía a cuestiones sanitarias: más bien, se trataba de exonerar de la vida social y religiosa a todo aquel considerado impuro, es decir, sin derecho a pertenecer a la casta pura -en este caso, el pueblo elegido-. En la cima -y sima- de la inhumanidad, el leproso debía permanecer aislado y simultáneamente, proclamar a los gritos su condición de impuro.

Pero el Dios del Universo se revela plenamente en Jesús de Nazareth: es tiempo de Dios y el hombre y del hombre y Dios, es tiempo de milagros.

El Evangelio para el día de hoy no nos habla explícitamente de milagro alguno... quizás, porque toda la praxis de Jesús es milagrosa, y será milagrosa también la vida de aquel que lo reconozca y lo siga.

-Quizás el gran milagro, por aquel entonces y hoy también, es acercarse sin reservas ni condiciones a aquellos que están condenados a vivir al margen de la existencia humana; aproximarse reconociendo al otro, hacerse prójimo, portar esperanza-

Los diez suplican como un salmo a puro grito -¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!-
Son enviados a presentarse a los sacerdotes, a desandar el camino de la separación de la comunidad, a ser readmitidos como iguales.
En el camino, se descubren purificados: había acontecido la sanación por Aquél que se había acercado a ellos, y no los había despreciado, Aquél irreverente de todo derecho y toda ley que oprima a sus hermanos.

Nueve de ellos siguen su camino: aún curados, continúan atrapados en esa dialéctica del dios de los castigos, del dios acotado en el Templo, del dios que premia a los cumplidores de reglamentos, del dios castigador. Tal vez -sólo tal vez- tenían enquistado en su corazón esa cuestión de lo que se les debía, de lo que ese dios debía hacerles por pertenencia... Algo no tan ajeno, cuando nos presuponemos legítimos herederos de los favores divinos por integrar una confesión predeterminada, y no más bien por la honda cuestión de ser hijos del que nos dá sus bienes por eso mismo, por bondad y amor de Padre.

Sólo uno regresa, alaba a Dios a voz en cuello y agradece a Jesús el haber sido sanado.
El más impensado, ese samaritano -impuro por leproso, impuro por no judío, impuro por enemigo, impuro, impuro...- encuentra la sanación y la salvación.
Ha descubierto que Dios no está atrapado en un templo de piedra y ladrillos, sino que late en Jesús, y agradece ser reconocido en su dignidad primera, en la ruptura de todo lo que lo separa de la vida.

Es tiempo de Dios y el hombre: Jesús, el más humano de todos, revela en sí la plenitud de Dios.
La sanación y Salvación son don y misterio, frutos nuevos del mismo árbol de Misericordia, agüita fresca de la compasión.
Sin embargo, no son acciones unidireccionales: tiempo de Dios y el hombre, la Salvación acontece por don del Altísimo y por la gratitud del hombre que descubre en Jesús a ese Dios de todo consuelo y toda ternura.

Por ello, cuando en cualquier sitio haya un ser humano que se niega a creer en ese falso dios que castiga y justifica la opresión y la exclusión, asoma la Buena Noticia, imparable y maravillosa.

¡Jesús Maestro, ten compasión de todos nuestros males, los que están a la vista y los que nos infectan alma adentro separándonos del hermano!)

Paz y Bien


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es verdad es en el camino, dónde somos sanados, dónde el Señor nos purifica, el Señor tiene su tiempo para cada uno gracias unidos en oración un abrazo fraterno

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Descubrir ese tiempo es también descubrir el tesoro escondido.
Un abrazo en Cristo y María
Paz y Bien
Ricardo

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