Para el día de hoy (19/09/11):
Evangelio según San Lucas 8, 16-18
(Las evidencias físicas están allí: la luz no es tangible, ni tampoco es visible por sí misma. Se la descubre en los objetos y las personas que ilumina, allí se hace patente, allí descubrimos su intensidad.
Y lo obvio: aún cuando no se la vé, basta que la luz se haga presente para que cualquier asomo de oscuridad cerrada se disipe.
La luz de la Palabra tiene fuerza propia e infinita, resplandece más allá de toda presunción o cálculo.
Lo sabemos, y conocemos a mucha gente luminosa, gentes que se dejan iluminar por la luz de la Buena Noticia, gentes prismas que hacen que ese candil esté bien a la vista de todos, gentes valiosas, gentes necesarias, gentes imprescindibles, gentes que desoyen cualquier tentación personal y egoísta y ponen por delante esa luz que a todos debe llegar.
Es claro que a través de la historia, el candil del Evangelio ha querido guardarse escondido bajo ciertas vasijas de exclusividad, para unos pocos pseudoelegidos, o bajo la cama en donde se duerme el sueño estéril del no compromiso, del desprecio, del elitismo.
Pero sinceramente, y a pesar de tantas miserias rutilantes y conocidas ¿alguien puede detener su fuerza? ¿Acaso tarde o temprano lo oculto no sale a la superficie?
Tenemos en nuestras manos un tesoro maravilloso y extraño, un tesoro que se agranda hasta límites insospechados cuando se comparte, especialmente más allá de las fronteras y los límites que solemos imponer, esos bordes de raza, género, religión, ideología...
Son todos temas de luz)
Paz y Bien
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