Para el día de hoy (27/09/11):
Evangelio según San Lucas 9, 51-56
(El encono entre judíos y samaritanos era histórico; los judíos consideraban a los samaritanos impuros y herejes, causal más que suficiente para el desprecio y la exclusión.
Esto databa de siglos: durante la invasión asiria al reino del Norte, unos ocho siglos antes del nacimiento de Jesús, la población hebrea original fué deportada al exilio, implantándose en su lugar colonos a los que se educó con cierta religiosidad similar a la de los judíos. Los samaritanos consideraron al monte Garizim como sagrado, estableciendo un templo santo en su cima, cercano a su ciudad sagrada de Siquem -hoy Nablús-. Ese templo fue destruido en varias ocasiones y otras tantas reconstruido, por invasores asirios o romanos y por sus eternos rivales judíos, especialmente durante el reinado de los Macabeos.
Eran dos exclusivismos militantes: unos a otros se rechazaban con fervor, unos a otros se despreciaban y trazaban concienzudamente líneas de separación entre unos y otros; no nos es desconocido esto, hoy lo vemos en los enfrentamientos terribles entre israelíes y palestinos, o más cerca, entre cristianos y musulmanes.
Pero el Maestro está más allá de todas esas cuestiones: Él no quiere detectar enemigos, no se detiene en distintos, en puros, en exclusividades. Él sólo vé hijas e hijos que salvar, Él tiene una misión de rescate encomendada por su Padre y por eso mismo se encamina decidido a Jerusalem, allí mismo en donde está el centro del poder político y religioso y no se callará, a pesar de que se cierne ominosa en el horizonte la voracidad de la cruz.
Por eso envía mensajeros por delante de Él, para dar aviso e ir allanando el camino. Sin embargo, en la aldea samaritana se niegan tajantemente a recibirlo, y aquí hay que hacer un alto y reflexionar acerca de esta negativa. No se trata solamente del enfrentamiento habitual: esos mensajeros seguramente se adelantan anunciando al Mesías, al Rey de los judíos que va a tomar posesión real de Jerusalem, y no a un Salvador de toda la humanidad. El rechazo es automático, y no debe sorprendernos porque a menudo solemos sintonizar la misma frecuencia, es decir, un Redentor acotado a los cristianos y, dentro de ellos, a nosotros los católicos.
El rechazo samaritano es lógico, porque la exclusión crea ghettos que, a su vez, multiplican esa exclusividad con signo inverso. Y ese rechazo despierta las furias y la violencia entre los discípulos.
Santiago y Juan, hijos de Zebedeo -conocidos tradicionalmente como hijos del trueno por sus caracteres bravos e irascibles- proponen a Jesús enviar desde el cielo una lluvia de fuego que elimine a los réprobos, que borre a los enemigos, que aniquile a los opuestos...Basta observar las noticias diarias para imaginarnos a misiles y bombas inteligentes arrasando a pueblos enteros -en el lugar que fuera- a partir de esa idea primera.
Pero Él, sin detener sus pasos, los reprende y sigue andando.
Es el Servidor manso y pacífico que no impone sino que anuncia y propone la Salvación desde la pura gratuidad, el Reino de su Padre, el tiempo de la Gracia.
La única violencia que tolerará será la que se ejerza sobre Él mismo, y esto será en favor de tantos, para que nadie más sufra, para que nadie más alce su mano contra otro, para que todos se sienten a su mesa.
Nos queda a nosotros la invitación y el desafío a seguir ese andar de mansedumbre que no admite resignaciones, y que destierra toda violencia, que en cada mujer y en cada hombre reconoce a un hermano, a un predilecto de Dios por ello mismo, por una cuestión de ternura de un Dios que es Padre y es Madre también)
Paz y Bien
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