Para el día de hoy (25/09/11):
Evangelio según San Mateo 21, 28-32
(Se trata de una historia de hijos.
Uno de ellos que cumple a rajatabla con los mandatos, preceptos y normas establecidos, pero a la hora de encaminarse a la viña para trabajar/se, para volverse divinamente humano como su Creador se niega. Se cree lo suficientemente justificado con su puntillosidad.
Conocemos bien de qué se trata. Vidas adornadas con rutilantes y severos colores en vestidos, en ornamentos, en templos, y sin embargo, desvaídas y muy pálidas en su interioridad -quizás nosotros mismos nos podamos encontrar allí retratados-. Señoras y caballeros serios, estrictos en las fiestas de guardar, exactos en liturgias, morales y dogmas que rápidamente se horrorizan en cuanto se acerca cualquier portador de un estigma a priori conferido.
A menudo esta actitud está íntimamente asociada a la creencia en un dios que puede manipularse por plegarias repetidas y méritos acumulados, un dios de premios y castigos, una Iglesia de unos pocos que se sienten satisfechos de sí mismos y que disfruta señalando al réprobo, al publicano, a la prostituta, al adicto, al homosexual, al divorciado, al pobre, al que enarbola ciertas banderas ideológicas, al enfermo...ubicándose confortablemente en las antípodas del corazón sagrado de Jesús de Nazareth.
Y está el otro hijo.
El que no se halla ni a gusto ni libre en un sistema de creencias que lo agobia, y reniega y se niega a seguir cualquier llamado religioso a viñas que se le hacen generadoras de vinos malos, avinagrados, que hacen daño. Sin embargo, ese mismo hijo es capaz, con el tiempo, de decir sí a la Buena Noticia que se le anuncia gratuitamente, sin condiciones, y que se dirige con sus límites y vacilaciones a trabajar en la viña, haciéndose humano, cada día más humano junto a otros. Quizás eso, precisamente, sea lo que llamamos santidad.
Las palabras del Maestro pueden doler, y está bien que ello suceda, que acontezca el escándalo maravilloso de la Gracia, que es la Salvación ofrecida a toda la humanidad sin pedir nada a cambio, pura ternura y vida plena para todos.
Pero es una historia de hijos.
Ambos son mirados desde las mismas entrañas del Dios de Jesús, un Dios que es Padre y Madre también, un Dios preocupado por todos.
Ese Dios se pone abiertamente del lado de los olvidados, y se inclina con fervor hacia los excluidos, porque ellos van por delante en la gran caravana de la Salvación que Jesús encabeza desde su Cruz y su Resurrección.
Tal vez, por se una historia de hijos, habría por una vez que esforzarse y mirar con ojos de Padre.
Y embriagarnos de felicidad cuando acontece el Reino, cuando los hijos perdidos se descubren amados hasta el fin, únicos e irrepetibles más allá de las condenas y repudios, esas malas noticias a las que están acostumbrados.
Y está claro, ponerse de su lado, y reivindicar todo escándalo que signifique abrazar a los leprosos de cualquier condición o género, como hijas e hijos más queridos por el Dios de la Vida.
Hay una mesa grande y dispuesta para la fiesta con lugar para todos, y ningún hijo debe faltar.)
Paz y Bien
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