Para el día de hoy (09/09/11):
Evangelio según San Lucas 6, 39-42
(En la mirada se espeja la realidad: y de acuerdo a la mayor o menor transparencia, sucede una extraña mímesis por la cual esa realidad toma el color propio de la mirada, y así el otro y el mundo se miran y ven con un color monocorde, desvaído, sin distingos buenos.
Esto puede percibirse notoriamente en el ámbito psicológico, pero trasciende ampliamente lo meramente anímico. Es una postura vital.
Sucede a diario -lo sabemos bien- en lo personal y en lo comunitario: esas miradas enmarcadas en un rictus de amargura, de seriedad pretendida que sólo esconde la incapacidad de la esperanza en que el otro puede crecer y mejorar, que con todo y a pesar de todo el Reino acontece y tenemos un destino de felicidad y un alma creada y soñada para la alegría y el festejo.
En algún momento hemos perdido la buena mirada, la mirada del Maestro que nos vé a todos y cada uno de nosotros con ojos benevolentes.
Hay una literalidad que no podemos pasar por alto: benevolencia se enraiza en buena voluntad, y no se trata de cierta ingenuidad de no mirar y ver lo que está mal, como tampoco la estatura cínica de quienes beben a perpetuidad la bebida amarga de la crítica pura.
Los ojos de Jesús se intuyen primero en los ojos de María, y ambos reflejan la mirada de un Dios que es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida, y que más allá de nuestros quebrantos, es capaz de ver todo lo que podemos llegar a ser, todo lo bueno que nos puede llegar a crecer, todos los frutos buenos que en promesa y realidad nos florezcan.
Quizás la mirada que hemos perdido es una mirada de misericordia, capaz de despojarse de severidades estériles, dispuesta a renunciar al yo para ir en busca del nosotros, ojos santos felices de descubrir al otro tal como es, que reniegan de esos abismos de egoísmo que tanto nos tientan, ojos transparentes y renovados que se dan cuenta que la Salvación se ofrece a todos, sin excepción ni condiciones previas.)
Paz y Bien
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