Las distancias y el regreso: tiempo de fiesta y reencuentro.


Para el día de hoy (14/03/10)
Evangelio según San Lucas 15,1-3.11-32

(Esta parábola -erróneamente, quizás, llamada del hijo pródigo- es la parábola del Padre Misericordioso.

Todo orbita alrededor de su ternura y su bondad, incluso dos personajes fuertes como son los hijos.

Es una pintura de las distancias que a veces ponemos y de la fiesta que desata el regreso.

El hijo menor toma su parte de los bienes y parte hacia un país lejano; se zambulle de lleno en el fulgor pasajero de algún rayo tentador mundano, malgasta todo lo bueno que posee -su herencia- llevando una vida disipada. Las consecuencias no pueden ser peores: la miseria, la esclavitud y el hambre.
-porque esas flores de la pobreza son siempre consecuencias directas del egoísmo, propio o ajeno-
Inmerso en su dolor, sometido al destrato y acuciado por el hambre, toma conciencia de lo que ha dejado atrás: se dá cuenta que hasta el último de los obreros de su padre vive mejor que él, ninguno de ellos pasa hambre en la casa paterna.
La distancia se le hace insoportable y decide emprender el regreso: hasta prepara en su interior las palabras que le dirá a su padre en cuanto lo encuentre. Por eso, en su indignidad descubierta, quiere volver a su padre distante y ya no ser tratado como un hijo, simplemente vá a suplicarle que lo tome a su servicio como jornalero: sabe que así tendrá asegurada su subsistencia cumpliendo sus órdenes.

Nos cuenta el Maestro: el hijo aún estaba a una buena distancia de la casa paterna. No obstante, el padre lo distingue a lo lejos y conmovido, corre a su encuentro.
En la conmoción del Padre, Jesús nos revela una faz impensada de ese Dios que nos ama: un rostro materno de ese Dios que lleva a su hijo tan adentro de su corazón al igual que una madre lleva a su hijo en sus entrañas.

Ese rostro de Dios Padre y Madre es un rostro de Misericordia: y esa Misericordia cura, sana, libera la dignidad humana quebrantada de ese hijo menor.

El Padre lo abraza: no espera explicaciones ni pretende explicaciones. No hay castigo, no hay purificaciones rituales para tanta impureza, no hay razonables acciones punitivas correccionales de una vida equivocada. Tampoco será aceptado como un empleado. Simplemente y especialmente, se trata de su hijo que nunca estuvo lejos de su corazón, más allá del lejano país de perdición al que lo llevaron sus pasos.
El Padre lo abraza y lo besa: antes de cualquier expresión de arrepentimiento...¡surge el perdón increíble de ese Padre maravilloso!

Y la conmoción que lo agobiaba dá paso a la alegría: el hijo ha regresado, se ha recuperado una vida y, por lo tanto, no se repara en gastos, nada se reserva. Como suele decirse, se tira la casa por la ventana en una fiesta a la que se convoca a todos, pues la vida de un hijo perdido se ha recuperado.

Pero de quien menos se lo espera, brota un conato de queja y rabia por la actitud del Padre.
El hijo mayor también regresaba; más él regresaba de sus tareas en el campo. Siempre había cumplido con las normas, y esperaba la recompensa prometida por esa escrupulosa observancia. No puede -o no quiere- entender la actitud de su Padre para con el hijo menor, a tal punto de no querer ingresar a la casa, ser partícipe de la fiesta. Hasta desconoce a su hermano: lo menta a su Padre como " ese hijo tuyo", no "mi hermano".

Uno se había ido lejos en apariencia, pero siempre estuvo presente en el alma entristecida de su Padre, para quien no había distancia. El hijo -todos los hijos- siempre están presentes en su corazón.
El otro, aunque había estado junto a su Padre cumpliendo lo ordenado, quizás estaba más lejos que el hijo menor: aún estando en cercanía física con su Padre, se encontraba bien alejado de lo que el corazón paterno latía, a tal punto de ignorar su tristeza por la ausencia del hijo.

Pero tampoco para este hijo envidioso, airado en su soberbia, hay regaños por parte del Padre: sale en su búsqueda, trata de persuadirlo de que él también regrese a la casa, que participe de una fiesta que debe ser común a todos. Y esa fiesta será posible si regresan los hijos y se reconstruye esa fraternidad rota: el Padre le recuerda que no es un extraño, sino tan hijo como él, su hermano.

Este Padre no se preocupa por los bienes perdidos, sino que se alegra hasta lo indecible por la vida recuperada, por el hijo que ha regresado. E intenta y tratará sin imposiciones de que el otro hijo mayor no se convierta a sí mismo en un extraño: la fraternidad sucede por el amor del Padre cuando los hijos se reconocen como tales entre sí.

Este Dios Padre y Madre es el que espera ansioso nuestro regreso, sin importar la distancia que nosotros mismos hayamos puesto en nuestras sendas de miserias, y ansía el regreso de todos los hijos.

El Maestro nos revela a un Dios tal que es capaz de gastar todos sus bienes con tal de que una vida sea recuperada.

Así sea nuestra existencia: no hay bien que no deba gastarse alegremente con tal de que la vida de un hermano sea recuperada en plenitud.
No hay nada más valioso que una vida.
Amén. Así sea)

Paz y Bien


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