Escribiendo justicia y compasión

Para el día de hoy (21/03/10)
Evangelio según San Juan 8, 1-11

(Conocemos a los pertinaces custodios y jueces de la virtud... ajena. Entre ellos, es claro, podemos estar a veces.

Esta actitud que busca consuetudinariamente el rigor del cumplimiento de códigos y normas por sobre la vida misma no conoce el significado de la misericordia. Y cuando se la desconoce, se desconoce a Dios.

La autosuficiencia y soberbia de erigirse en jueces del hermano conduce a la hipocresía y a extremos de violencia, pues se trata ante todo de fanatismos crueles y no de actos piadosos.

En los tiempos de Jesús, la mujer era menos que nada: quedaba relegada a las tareas hogareñas, a la reproducción y era legalmente considerada propiedad del esposo. Carecía de derechos tanto sociales, legales y religiosos.

Sin embargo, el Dios de la Vida venía tejiendo la historia de la Salvación a través de mujeres, arbol cuya flor primordial es María, madre de Jesús hermano y Señor nuestro.

El Hijo se identifica totalmente con el Padre; el Hijo actúa como vé actuar al Padre.
Por eso cuando un grupo de escribas y fariseos le traen a los empujones a una mujer sorprendida in fraganti en adulterio, no deja de seguir el sendero aprendido de su Padre.

Según la Ley mosaica, el hombre y la mujer sorprendidos en adulterio debían ser conducidos fuera de la ciudad y lapidados hasta la muerte. Las primeras piedras debían ser arrojadas por los testigos de ese pecado.

Pero la la Palabra nos trae un hecho que no debe sorprendernos demasiado: traen al Maestro a la mujer acusada... más no al hombre copartícipe del delito que le imputaban. Torcían sus propias normas según sus sustratos ideológicos, por eso la candidata a morir debía ser invariablemente la mujer -ya encontrarían motivo para disculpar y/o absolver al hombre adúltero-.

La historia de aquel entonces sigue vigente, traduciéndose en otras actitudes de igual desprecio y violencia.

En realidad, la mujer bien podía haber sido masacrada tranquilamente sin que Jesús lo supiera; pero estos jueces falaces sostenían la doble pretensión de matar a la mujer y trampear a Jesús. Una respuesta inadecuada por parte suya lo habría hecho también alimento de esas piedras hambrientas de sangre, tan voraces como las almas de quienes las empuñaban.

Y el Maestro sorprende a todos, a los escribas y fariseos y a nosotros también.
Los rostros desencajados de rabia que lo interpelaban, se encontraban con un Jesús que se inclina y se pone a escribir con el dedo en el suelo.

Esta imagen ha tenido muchas interpretaciones: una de ellas, sostenida por estupendos exégetas de la Palabra, sostiene que el Señor iba escribiendo en el suelo los nombres y los pecados de todos y cada uno de los acusadores.

Pero también es dable y agradable pensar desde el corazón que el Maestro escribía en la tierra los pecados de la mujer adúltera y los de sus acusadores y verdugos...un viento leve o una lluvia fina borrarán lo escrito con facilidad.
Así son los pecados de todos, de ellos y de cada uno de nosotros para el corazón Misericordioso de ese Dios Padre y Madre: en su infinita bondad, los males no tienen futuro.

Quizás también el Maestro quería escribir los nombres de los verdugos y de la mujer representando la Misericordia de ese Dios que quiere que todos tengan sus nombres y apellidos inscritos en el gran libro de la Vida.

Y la respuesta del Señor es sencilla y muy, muy valiente: a esas almas iracundas al borde del homicidio, les dice: -Quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra-.
Nos lo dice a nosotros, a veces testigos, jueces y verdugos de las miserias ajenas -no de las propias- antes que almas satisfechas y agradecidas por el bien y la bondad que se encuentran en el hermano.

En el -Yo tampoco te condeno- que Jesús en su ternura le brinda a la mujer rescatada de la muerte que parecía inevitable, está llave -clave- de la restauración y reconstrucción de la vida derrumbada por el mal.

Dios ama y perdona, y desde allí se comienza a escribir con letras que no se borran el cartel de bienvenida al Reino que gozo y dicha, justicia y compasión.

Para esta Cuaresma que vá finalizando, un deseo que que las manos suelten las piedras de la discriminación, la acusación y la muerte, y se abran para estrechar otras tantas manos en talante de justicia, en abrazo fraterno, en ayuda a levantarse al caído)

Paz y Bien





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