El precio de un amigo y una cena definitiva

Miércoles Santo

Para el día de hoy (31/03/10)
Evangelio según San Mateo 26, 14-25

(Jesús, además de su Maestro, era su amigo. Compartió con él y los otros Once tres años de su vida diariamente.

Pero Judas, cercano físicamente, estaba lejos de su corazón. Había elegido la noche de la muerte, la reverencia a sí mismo, el culto de su ideología.
No es que fuera tentado a la traición: él mismo es quien toma la determinación de entregarlo; Judas mismo se erige juez y verdugo de su amigo, y por ello se presenta al Sanedrín para negociar su oferta con los aviesos sumos sacerdotes.

Era un verdadero discapacitado: su discapacidad, enraizada en su corazón, radicaba en no poder entender ni aceptar que su Amigo había inaugurado un nuevo tiempo, el Año de Gracia y Misericordia que no tiene final. No acepta la economía de gratuidad y entrega del Reino, y por eso se vuelve violento, vil y cínico.
Violento como cuando con rabia expresa criticó sin piedad el gesto de amor de la hermana de Lázaro, su unción de los pies del Maestro.
Vil, porque cambiará la vida del mejor amigo por dinero.
Cínico, porque a sabiendas de que de un modo u otro iba a entregarlo, no se sonroja al decirle a Jesús -¿Acaso seré yo el que te entregue, Rabbí?-

Los sumos sacerdotes redoblan la densidad de la noche que eligieron, pues en un gesto de desprecio manifiesto, le ofrecen a Judas treinta shekels de plata -siclos, monedas- a cambio de la entrega de Jesús: esa suma era (Ex. 21,32) la multa que debía pagarse cuando un animal inutilizaba a un esclavo.

Así era considerado Jesús: un esclavo, un rebelde, un blasfemo, una amenaza pública, un enviado demoníaco, un enemigo de la fé del pueblo elegido.
Y Judas consiente todo eso.
Porque el traidor no era un ingenuo en cuestiones de dinero: es más, era el encargado de manejar el dinero que podían juntar los discípulos para su sustento y para la ayuda a los menesterosos. Sabía bien el valor de cada moneda.
Para él, el precio de su Amigo no será mayor que el de un esclavo.

Y contra toda racionalidad humana, se vá tejiendo la lógica de la Salvación, el misterio de la Misericordia.
Jesús sabe que se aproxima su Pasión, su Paso, su Pascua y quiere celebrarla con los suyos como lo ha hecho siempre: en una cena, compartiendo el pan.
En esa misma raíz, están invitados y comen de su mismo plato fraternalmente, con una ternura que sólo el Maestro puede expresar, quien lo traicionaría por unas pocas monedas y quien lo negaría con la rapidez del canto matinal del gallo.

Aún en medio de la noche más cerrada, la bondad del Altísimo entre nosotros enciende su luz.

Jesús sabe que será la última oportunidad de reunirse todos juntos, por eso tiene una especial dedicación a la preparación de la cena pascual, Seder Pesaj.
Las instrucciones son precisas: deben presentarse en Jerusalem en la casa de tal persona, y avisarle que el Maestro dice: - Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos-.

Nada, absolutamente nada en la Palabra de Dios sucede por casualidad, nada es fortuito.
A través de los siglos, exégetas y eruditos han sugerido diversas posibilidades del lugar en donde Jesús decidió celebrar la Pascua; hasta se aventuran -con importantes estudios y, a veces con, mucha imaginación- los nombres de quien prestaría su sala para el banquete.

Es mejor leerlo desde el corazón.
Vendido como esclavo, despreciado en grado sumo, buscado por los guardias del Templo para su arresto, el Maestro manda a preparar la Pascua en la casa de tal persona... sin dar el nombre.
No hace falta.
Quizás el nombre no se menciona o bien queda una línea de puntos a completar porque allí vá inscrito el nombre tuyo, el mío, el de cada uno de nosotros.

La Pascua se celebra primero y ante todo en el Templo vivo, cada hija e hijo de Dios.

Si la noche se cierra cada vez más, si somos presa del miedo, si nos captura el materialismo, si nos creemos capaces de entrar en supuestas transacciones con Dios -dame esto y te prometo que haré tal cosa-, aún en esas negruras el Señor sigue preparando la fiesta.
Se asoma una orgía espantosa de sangre y muerte, pero habrá una tumba vacía y una vida que no terminará, por la misericordia de ese Dios Padre y Madre expresada en su Hijo.

Ese mismo Hijo que quiere celebrar la Pascua en nuestra casa, la cena definitiva que alimente a todos)

Paz y Bien


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