De las tentaciones del yo a la comunión del nosotros


Para el día de hoy (21/02/10)
Evangelio según San Lucas 4, 1-13

(La Palabra de Dios no debe ser leída desde una perspectiva histórica; es preciso no tanto interpretarla sino más bien dejar que nos interprete y nos interpele.

Y el Evangelio para el día de hoy tiene -desde el vamos- una cuestión fundamental, fuente de numerosas discusiones exegéticas e interpretativas. Lo triste es que esta desmesura de lectura a menudo nos aleja de lo primordial: hacer vida la Palabra.

Y aquí lo fundamental y primigenio está en el centro mismo de la lectura: Jesús sometido a las tentaciones.
Sin ánimo de análisis -ni la capacidad de realizarlo- hay que contemplar desde nuestro desierto y nuestro silencio a ese Jesús que asume la condición humana hasta su misma raíz y en toda su dimensión, incluídas sus debilidades y fragilidades, sus posibilidades de no-ser.

Por eso mismo, asumiendo nuestra humanidad totalmente -hasta sus mismos bordes- ha podido redimirla y hacerla nueva.

La expresión "en carne propia" cobra aquí un sentido definitivo e infinito.

Sin entrar en cabalismos, hay un símbolo referencial importante: el número cuarenta.

Cuarenta años peregrinaron las tribus de Israel por el desierto, de la esclavitud de Faraón a la tierra prometida, en relación diaria y permanente con Dios, para convertirse en Pueblo Elegido.

Cuarenta días permaneció Moisés en la montaña junto a Dios, sin comer ni beber, para descender con las palabras de la Ley grabadas en piedra y en su corazón.

Cuarenta días el profeta Elías viaja a través del desierto, en oración constante con su Dios -el nuestro- para llegar a su destino en el Sinaí.

Cuarenta días, siendo conducido por el Espíritu, el Maestro se retiró al desierto y durante ese tiempo fué tentado por el demonio.

Y vivimos cuarenta días de desierto, de reencuentro con nuestra auténtica realidad, de reencuentro con el hermano y de reencuentro con ese Dios del que solemos alejarnos.

Esas tres tentaciones son un compendio de nuestra existencia: refieren a nuestra relación con nuestro propio ser, a la relación con el hermano y a la relación con Dios.

En un silencio bien profundo y orante, podemos descubrir un símbolo de ese Dios Trinidad que profesamos.

El Hijo que asume nuestra condición y nos conduce a la verdad de nuestro ser.
El Espíritu que nos guía y hace comunidad, comunión con el hermano.
El Padre, centro y fundamento de nuestra vida.

Las tentaciones no son sinónimo de pecado, sino que expresan nuestra pequeñez y nuestra fragilidad.
Hay que definirse: somos mendigos de la Misericordia de un Dios que nos brinda su ternura en abundancia.

Desde la abundancia del Amor de Dios, no sólo se mitiga la dureza del desierto: se transforman esas debilidades en fiesta, en banquete de alegría.

Porque las tentaciones están siempre presentes, y no está de más repetirnos: somos frágiles y débiles.

Estamos tentados siempre a la falsa seguridad del tener antes que a la certeza del ser; en darle mayor valor a lo pasajero -que puede ser importante- y negar esa trascendencia a la que estamos invitados: no vivimos sólo para el pan y las cosas, sino vivimos por y para la Palabra que está Viva y dá Vida.

Estamos tentados al poder, a creernos más de lo que somos, a suponernos más que el hermano: son caminos de opresión que no rinden culto a Dios.
El culto a Dios no sólo está en la liturgia, sino que comienza en el servicio al hermano que más nos necesita. Y Jesús rendía culto y obediencia a Abbá Padre suyo y nuestro despojándose de si mismo, haciéndose servidor de todos, obediente hasta las últimas consecuencias.

Estamos tentados a fabricarnos un dios a nuestra imagen y conveniencia, un dios así, con minúsculas que creemos capaces de manipular cuando suponemos que por cumplir determinadas normas y ritos él hará lo que nosotros queramos; pero eso es idolatría, la adoración de una idea de un dios, no el Dios verdadero del cual somos imagen y semejanza y dá fundamento y sentido a nuestra existencia.

Este es el paradigma: la renuncia al yo exhaltado, al ego como centro de todo interés y preferencia, eso que llamamos egoísmo.
Ese mismo egoísmo que pretende alterar una estatura que no tenemos, y que oprime y nos aleja del hermano y de ese Dios que es pura ternura.

Este es el paradigma: dejar -a pesar del engañoso sonido de las tentaciones- el culto al yo para pasar al nosotros, a la comun unión, al reencuentro con el prójimo/próximo desde nuestro lugar de creatura habitada y, decididamente, al reencuentro como hijos con ese Dios Padre y Madre que nos busca con denuedo, sin descanso, y que hace de un vagar errático por el desierto de nuestra existencia un peregrinar fructuoso, libre, solidario y trascencente)

Paz y Bien



8 comentarios:

Magicomundodecolores dijo...

Es una reflexión muy parecida a la que yo misma hago de mi vida: si Jesús, que es el Hijo lo vivió "en sus carnes" y lo hizo por nosotros, qué menos puedo hacer yo por Él (que en el fin último será para mi) que soportar y sobrepasar las tentaciones del mundo y de mi yo egoísta y vanidoso?
Jesús enseña con su ejemplo, nunca hace nada en los Evangelios por gusto y nunca nos exige nada que Él mismo no haya hecho.
Saludos y bendiciones

P. Enrique dijo...

En primer lugar quiero agradecerle su valioso e iluminativo comentario.
En segundo lugar quiero secundar lo que dce nuestra amiga Marisela, su post es muy profundo y resume creo, la causa última de nuestros pecados y del mal en el mundo. El egoísmo, fruto inmediato de la soberbia, es terriblemente ofensivo y es el origen de todo aquello que nos hace vivir dispersos y no alcanzar la comunión (o en palabras suyas, el "nosotros")

El texto que hoy nos comparte tiene una alto contenido personalista, como digo y lo repito sus posts son muy rpofundos.

Bendiciones.

Escalante dijo...

Todos los cristianos, en este tiempo de preparación para la Pascua, estamos llamados a acompañar a Jesús al desierto, a vencer nuestras tentaciones con la fuerza de la oración, con la guía de la Palabra de Dios y con el don de la fe en Dios. Saludos!

eligelavida dijo...

Intentemos no fabricarnos una 'religión a la carta' y dediquemos nuestro esfuerzo a la búsqueda de la verdad. Gracias por esta reflexión para la cuaresma. Un saludo!

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Querida Marisela, ése es precisamente el nudo de la cuestión: nunca nos pide nada que Él no haya hecho primero, y además, nada que nosotros no podamos. Con Él, queda desterrado el "no se puede".
Te ruego me disculpes la demora en responderte.
Con el deseo de que tengas una Cuaresma fructífera, te mando un afectuoso saludo en Cristo y María.
Paz y Bien
Ricardo

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Mi querido amigo y hermano, padre Enrique: no tiene que agradecerme, quisiera ser mas asiduo en las meditaciones que habitualmente comparte en su blog y que son de mucha ayuda para muchos de nosotros. Por otra parte, me quedo especialmente con algo que certeramente usted agrega: el egoísmo es fruto inmediato de la soberbia... quizás desde allí es bueno caminar este desierto de Cuaresma.
Le ruego me disculpe en la demora en responderle.
Un abrazo fraterno en Cristo y María, y mi oración para que esta Cuaresma florezca en Gracia y conversión.
Paz y Bien
Ricardo

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Estimado Roberto, gracias por tus palabras; sin dudas, todo se nos es dado -inclusive la oración por gracia del Espíritu-. Así nuestro desierto no es tan duro y la conversión es la fiesta del cielo de la que nos habla el Maestro.
Un especial pedido de disculpas por mi tardanza en responderte.
Dios te bendiga, te sostenga en tu ministerio y que tengas por su gracia una Cuaresma fructífera.
Paz y Bien
Ricardo

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Eligelavida, siempre es grato leerte, aquí y en tu blog.
Lo que señalas es el primer escollo a superar, el primer muro a derribar: la religión fabricada por nosotros mismos, la que nos conviene, la que no incomodo ni transforma la vida.
Te ruego disculpes la tardanza en mi respuesta.
Te envío un afectuoso saludo en Cristo y María y el deseo de que tengas junto a los tuyos una Cuaresma plena y fructífera.
Paz y Bien
Ricardo

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