Para el día de hoy (15/02/10)
Evangelio según San Marcos 8, 11-13
(Los fariseos exigen a Jesús un signo del cielo como condición sine qua non para creer.
En realidad, aunque tuvieran una lluvia de signos fantásticos ya habían decidido rechazarlo: la Buena Noticia desbordaba sus férreos esquemas, y en su mezquindad no había posibilidad de conversión.
Tenían la peor de la cegueras, la de apretar los ojos para no mirar y ver lo evidente.
Y Jesús suspira, exhala un gemido desde el fondo de su corazón, entristecido por tanta cerrazón. Para ellos también era la Gracia y la Salvación, y lo rechazaban de plano.
Por eso, no habría ninguna señal para esa generación; frente al rechazo violento, el Señor sube a la barca y cruza a la orilla opuesta.
¿Será que nos hemos vuelto también recolectores de hechos mágicos, coleccionistas de sucesos milagreros?
El mundo es así, sujeto a lo sensacional, al espectáculo estridente que no transforma el interior, busca esos signos que no conducen por el sendero de la vida.
Pues los signos son medios, nos hacen orientar la mirada hacia algo que es mucho más importante; no son fundamentales por sí mismos.
No somos ni Mesías ni redentores: somos discípulos y servidores.
Pero por esa unión profunda con el Maestro, el mundo hoy también nos interpela y nos pide signos.
Entonces habrá que preguntarse si los signos que brindamos, si las señales que damos son frutos de la caridad, desde el silencio, desde nuestra pequeñez, desde el servicio, señalando a lo que verdaderamente importa... el Reino de Dios presente y vivo entre nosotros.
Quizás haya que observar y volver a ver desde un silencio orante al Bautista: es preciso transparentarnos para que se pueda ver a través de nosotros a Aquél que ha venido en rescate de muchos)
Paz y Bien
Los signos buscados, las señales dadas
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