Para el día de hoy (14/02/10)
Evangelio según San Lucas 6, 17.20-26
(La lógica clásica define a las falacias como aquellos razonamientos falsos con apariencia de verdaderos; sin embargo, son por tanto engañosos e inducen a error.
Solemos utilizarlas quizás sin darnos cuenta: en especial, cuando intentamos explicar la Palabra de Dios de acuerdo a nuestros esquemas, en consonancia con nuestras conveniencias o, lo que es peor, de un modo que la Palabra no nos moleste, inquiete, cuestione, interpele, hasta nos desestabilice...
La Palabra de Dios es Palabra de Vida y Palabra Viva: quizás -solo quizás- nos sea preciso a veces no escudarnos en explicaciones... La Palabra tiene una potencia tal que escapa a cualquier mesura de la razón humana.
La Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios, reza el evangelista.
Cuando optamos por las explicaciones -sean del tenor que fueren- antes que por vivir la Palabra en plenitud, y no poniendo allí todo lo que seamos capaces, no asumiéndola con todas las consecuencias comienzan los problemas, y la Palabra se nos torna sólo ruido que esconde una verdad: vamos en caída libre.
El Evangelio para el día de hoy es paradigmático en ese sentido; es vano cualquier intento de explicación, es falaz y no es fiel a quien nos lo ha enseñado.
Por eso es necesario el silencio, dejar que la Palabra nos interpele, cuestione y enseñe. Nos transforme y se haga vida.
Desde el comienzo es así: dice que el Maestro "...bajó del monte con los Doce y se detuvo en un paraje llano..."; es el símbolo que resume la Redención y el misterio de la Salvación.
El Altísimo, el Todopoderoso, el Dios del Universo ha bajado a este llano, y se ha hecho uno de nosotros. Para poder regresar a su Casa, y porque habíamos perdido la capacidad de estar con Él; la ruptura del pecado original fué tan grande que sólo Él podía recomponerla y curarla.
Y en ese llano, "...alzó los ojos hacia sus discípulos..."; y ahora mismo nos mira fijamente a vos y a mí, a tí y a ella, a él y a ustedes. ¿Alguien podrá rehuir su mirada?
Y con sus ojos fijos en los nuestros, nos habla con claridad, sin figuras, directamente al corazón, quebrantando todo preconcepto, desafiando el sentido común, escapando a cualquier intento mezquino de comprensión.
No se trata de comprensión, sino de conversión; se trata de decidirse por cómo vamos a vivir, sin medias tintas, sin engaños.
Desde ese llano, el Dios de la Vida baja más todavía, a la ciénaga donde moran sin poder salir sus hijas e hijos sumergidos; y como si no bastara, los proclama felices en su pobreza, en su llanto, en su hambre, en la persecución por fidelidad a su Palabra.
Y aquí hay que hacer un alto -el lenguaje revela muchas cosas, en especial lo tácito, lo que no se quiere decir-: hablamos de los pobres, y derramamos ríos de lágrimas de conmiseración teórica sobre ellos. Pero todo sigue igual.
Quizás estemos revelando personalmente y familiarmente -como comunidad como Iglesia- al hablar de los pobres, que no lo somos.
Y al no serlo, decididamente no estamos eligiendo vivir como vivía Jesús, tomando distancia de quienes Él amaba especialmente.
La pobreza -cuando no es elegida- es fruto de la injusticia, es consecuencia del pecado. Es afrenta al Dios de la Vida realizada en sus hijas e hijos.
Pues la pobreza es santa cuando es la pobreza que nada tiene, nada quiere poseer pues todo lo espera confiadamente de la mano de Dios.
Nuestro santo hermano de Asís lo sabía muy bien, como tantos hermanas y hermanos nuestros que, en silencio, profesan y consagran al Altísimo el camino de pobreza que eligen, siguiendo los pasos de Jesús, multiplicando la pobreza maravillosa del hogar de Belén.
Como tantas hermanas y hermanos nuestros que asumen el dolor y la miseria de sus hermanos como propios, y desde el llano construyen puentes de esperanza haciendo vida las bienaventuranzas del Maestro, allí donde toda noticia habitualmente es mala, donde sólo puede esperarse el dolor y la muerte.
Pero esto ya ha sido demasiado extenso: es mejor el silencio, y preguntarse hacia donde iremos, que vida elegiremos y, especialmente, si somos causa de desdicha para otros desde el egoísmo, la indiferencia y el conformismo.
Ver si la vida florece desde la pobreza en alegría que no cesa, o si sólo cosechamos los ayes de lo que perece, de lo que no tiene destino.
Hay dolor, y hay que empezar a preguntarse hasta dónde, desde dónde y hasta cuando. Y con la mirada de Jesús puesta en nosotros, decidirnos a hacernos cargo del hermano que sufre desde nuestro pequeñísimo lugar de discípulos y servidores.)
Paz y Bien
Desde el llano
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