Bajando del monte

Para el día de hoy (28/02/10)
Evangelio según San Lucas 9, 28-36

(Jesús vá camino a Jerusalém. Camina con una certeza: la de su Pasión. Le espera al final de esa ruta una cruz.
Y es un camino con muchas rocas que obstaculizan el paso, muchos pozos que pueden hacer caer.
No es un camino llano: está el desprecio, el odio y la intolerancia de muchos, está también la incomprensión de sus amigos.

Por eso quizás sube a la montaña; sube a la montaña junto a Pedro, Juan y Santiago para orar, para nutrirse en el diálogo profundo con Abbá Padre suyo y nuestro, para mantenerse fiel a su misión de Siervo sufriente, y no caer en la tentación de Mesías glorioso, tal como esperaban los discípulos.

Acontece un suceso extraordinario: el rostro de Jesús cambia de aspecto y se vuelve glorioso; hasta sus vestiduras se vuelven de un blanco deslumbrante, increíble. Y esta transformación/transfiguración sucede... durante la oración.

En el mismo ambiente de glorificación, se aparecen dos hombres con Jesús: Moisés y Elías, la ley y los profetas.

Moisés, que entiende la Ley como Palabra de Dios escrita para ser vivida.
Elías, profeta de lo nuevo, de lo sorpresivo, de lo inesperado.

Sin embargo, el rostro que resplandece es el del Maestro: es el tiempo de la Gracia, por eso -si bien gloriosos- los rostros de Moisés y Elías permanecen apagados. El tiempo de la ley y el tiempo de los profetas ha culminado y ha dado paso al nuevo tiempo del Reino.
Pero también en Jesús cobran pleno sentido la Ley y los profetas, y tienen un sentido muy especial para nuestro presente: la Ley y los profetas son el hilo conductor que atraviesa la historia de la humanidad, portando la luz de la Salvación que será plena en Jesús el Cristo.

Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, como también estamos nosotros vedados por el sopor de la superficialidad; sin embargo, aún con estas ganas tan fuertes de cerrar los ojos a lo que importa mirar, con Pedro, con Santiago y con Juan podemos ver la gloria de Jesús.
Aún con la densidad del mundo, a nadie le está impedido ver el resplandor de Jesús.

Y surge la nube de nuestros miedos y temores, de nuestras indecisiones y nuestras miserias.

Es un momento de espiritualidad intensa: también con Pedro tenemos muchas ganas de no irnos jamás de allí, de armar carpas e instalarnos en la comodidad de lo que sólo nos interesa individualmente. Con Pedro, miramos y no vemos el verdadero significado de ese rostro resplandeciente de Jesús. Con Pedro, tenemos un miedo terrible al silencio, estamos espantados de acercarnos al Dios verdadero y que éste nos transforme como a Jesús.
Por eso necesitamos decir lo innecesario: estamos tan a gusto!, mejor quedémonos aquí...

-Éste es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo-

Se escucha la voz del Padre, y es la clave de nuestra existencia.
La contemplación de ese rostro resplandeciente de Jesús se transfigura ahora en un llamado a la conversión.
Ya no son otros hombres -como Moisés y Elías- quienes nos dirán cosas acerca del que ha de venir a salvarnos.
Es Dios mismo quien nos habla.

Y escuchar a Jesús implica desarmar esas estructuras que nos hacemos para tener una vida cómoda y sin sobresaltos... pero bien lejos de la Buena Noticia.

Escuchar a Jesús significa bajar del monte, aceptar que la gloria significa aceptar un destino de cruz y de tumba vacía, una vida que prevalecerá sobre la muerte pero que antes se entregará al espanto del calvario por amor a los otros.

Hay que bajar del monte, ir al encuentro de la cruz propia y de la cruz del hermano... en especial del hermano más pobre en donde resplandece el rostro de Cristo.

Desde la oración, en este desierto de Cuaresma, nos podemos transfigurar para mayor gloria de Dios y servicio a los hermanos)

Paz y Bien

2 comentarios:

Salvador Pérez Alayón dijo...

Necesitamos muchos momentos taborianos para retomar fuerza, recobrar animos y encender el espíritu con el propósito de continuar la marcha de Cruz.

Hay momentos de oscuridad, de zosobra, de tormentos (terremotos, tsunami, muertes, desesperanzas...) y nuestra cruz nos traspasa el hombro. Necesitamos subir a la montaña, para ver tu Rostro Resplandeciente y olvidarnos de nosotros mismo, sólo permanecer con Pedro, Santiago y Juan contemplandote, SEÑOR. Así, tomar aire fresco, renovadas fuerzas para volver a bajar y continuar la lucha hasta que TÚ decidas.

Un fuerte abrazo en XTO.JESÚS.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Es cierto, mi amigo, es preciso detenerse y renovarse en la oración y el silencio antes de bajar al llano del mundo.
Con el corazón purificado se podrá ver el rostro replandeciente de jesús en los hermanos.
Un abrazo en Cristo y María.
Paz y Bien
Ricardo

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