Milagros compartidos

Para el día de hoy (16/04/10)
Evangelio según San Juan 6, 1-15

(Dando un salto de fé, podemos ubicarnos allí, junto a la multitud, a los discípulos y al Maestro.

Jesús levanta sus ojos, y vé a la multitud que viene a Él; su mirada está cargada de amor hacia cada una de esas personas que lo buscan, que quieren estar cerca suyo.
Y su mirada hoy, ahora, está posada sobre cada uno de nosotros. La Misericordia -como todas las cosas del Reino- sucede ahora, se traduce siempre en tiempo presente.

Una multitud que se extiende hasta donde llega la mirada, una multitud cansada y hambrienta, una imagen de este mundo por el que peregrinamos junto a multitudes anónimas, agobiadas y desfallecientes.

Con sus ojos fijos en las gentes y en todas sus necesidades, la lógica indicaría que el Señor bien podría haberse encargado Él solo de solucionar cualquier problema al respecto.
Sin embargo, hace partícipes a sus amigos y discípulos, interesándolos en el problema, haciéndolos parte del mismo y juntos, buscando la solución.

Porque es año de Gracia y Misericordia y Dios se ha hecho uno de nosotros: por ello, el Reino y la Salvación serán de ahora en adelante cosas de Dios y el hombre.

Jesús -como siempre en los Evangelios y en nuestras vidas- dá el primer paso; Él, frente al problema de alimentar a tanta gente, podría haber consultado a Judas, que era el ecónomo de entre los Doce.
Sin embargo, las razones del Reino discurren por maravillosas vías a veces muy diferentes a las razones humanas. Por ello su pregunta la dirige a Felipe, y en la inquietud que le plantea lo involucra y nos involucra a abrir nuestros ojos a las necesidades de los demás. Y esto es también rasgo amable y primordial del Reino de Abbá, Padre suyo y nuestro.

Felipe dá una respuesta impregnada de razón... humana. Aún debe aprender a caminar la vereda de la fé que confía en la Providencia. Y Andrés, hermano de Pedro y pescador también, es otro que vé la necesidad del prójimo y quiere involucrarse. Pero su mirada es también de corto alcance, sus ojos no son los del Maestro.

Pero había allí un niño, un muchacho que llevaba consigo un almuerzo de pobres: cinco panes de cebada y dos peces. En mentes impregnadas de mundanidad, no alcanza ni para empezar.
Pero el muchacho, el niño, no duda y se lo entrega a Jesús.
Y desde esa entrega generosa -era su comida- desinteresada y sazonada de confianza sucede el milagro -quizás debamos tener una fé como nos decía el Maestro, si no se hacen como niños...-

El Señor, anticipando la Cena Pascual que en breve tendría con sus amigos, bendice los alimentos, dá gracias y reparte panes y peces.
Todos quedan saciados, nadie queda hambriento, y así y todo sobran muchos panes, tantos para llenar doce canastos a tope.

En este tiempo Pascual, es buena hora para volver a las necesidades de los hermanos y a nuestra confianza en ese Jesús que atento al hambre de tantos, se hará Él mismo Pan de Vida y bebida de Salvación.

La Pascua es también el tiempo de redescubrir la abundancia de la bondad y la misericordia de un Dios constantemente preocupado por sus hijas e hijos, un Dios capaz de entregarse a la muerte por salvarlos a todos, un Dios que derrotará la última frontera.

Es el tiempo de la vida plena y abundante como lo fueron esos panes... Tan abundantes que alcanzan hasta el día de hoy, cuando lo compartimos en la Cena del Señor.
Y hay más, mucho más, para los que aún no han llegado)

Paz y Bien

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