Para el día de hoy (19/04/17)
Evangelio según San Lucas 24, 13-35
Por ahí andamos, cargados de palabras, heridos de ansiedades y desencantos, con las esperanzas truncas y, a menudo, con los sueños demolidos. Andares pesados y cansinos, andares que sólo ven crucifixiones y viernes terribles, nunca Viernes Santos.
Los caminos se vuelven entonces regresos a lo conocido, a lo habitual y muchas veces a lo viejo, a lo de siempre. Volver a casa con una mochila llena de interpretaciones dolorosas, con horizontes desdibujados, con la precisión de los errores aceptados en total normalidad y la aceptación cotidiana de las miserias.
Miradas mundanas a lo que no puede mensurarse, criterios de poder para explicarlo todo y aún así no comprender los sentidos profundos, lo que está tras las apariencias y bajo la superficie. Y parece que Dios no quiere enterarse de lo que nos agobia, que mira para otro lado, que la contundencia de las lágrimas es inquebrantable.
Uno de los peregrinos de Emaús es identificado como Cleofás mientras que se omite el nombre del otro, en silente invitación para que justamente allí se coloque nuestro nombre.
Emaús es el camino de la vida que siempre acontece con otros, porque solos no llegamos a ninguna parte.
Emaús es también la señal de que todo tiene su tiempo, su proceso, su maduración, su crecimiento, y que hay que desconfiar alegremente de lo instantáneo.
Nuestro Emaús es el Cristo que reconocemos cuando compartimos el pan y cuando escuchamos con atención la palabra, el Cristo que invitamos a que se quede en este hogar que es nuestro corazón.
Y que finalmente sabemos en las honduras de la vida que Él andaba, paso a paso, a nuestro lado en el camino.
Paz y Bien
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