Mesa de amigos y traidores









Martes Santo

Para el día de hoy (11/04/17): 

Evangelio según San Juan 13, 21-33. 36-38






Esa mesa, esa noche, traslucía tristeza y despedida.

La lectura de ayer nos brindaba un indicio de lo que ocurriría a continuación y que hoy contemplamos con el enojo del Iscariote frente a lo que él considera un derroche, el perfume con el que María, hermana de Lázaro, unge los pies del Maestro. Judas no estaba en la misma sintonía de Cristo, creía que todo tenía un precio, su soberbia lo conducía al enojo como también nos hace trastabillar a todos nosotros.

El nombre de Judas, a través de los tiempos, es sinónimo de traidor. Eso no se discute. Lo que es necesario contemplar que cosas bullían en su alma para llegar a ese extremo sin retorno.
Judas había compartido durante tres años caminos, enseñanzas y pan con Jesús de Nazareth y los demás. El Maestro nada se había guardado, todo les había contado, les hablaba con el corazón en la mano, les revelaba el rostro amable de su Padre, los misterios del Reino. Los amaba sin medida, confiaba en ellos sin límites, y el mismo Judas, en esos andares, se convirtió en el ecónomo de la pequeña comunidad.

Sin embargo, sabemos que en los discípulos persistían los viejos esquemas y se enquistaban las falsas seguridades. Ellos esperaban a un Mesías glorioso y revestido de poder, que asumiera el gobierno de Israel, y que en el fondo restaurara las glorias pasadas de la corona davídica. Además conocemos la tendencia zelota del Iscariote, por lo cual el Servidor Sufriente no se condecía con la imagen de ese Mesías guerrero y caudillo violento que desalojara por la fuerza al opresor romano de la tierra sagrada; como si no fuera suficiente, el Maestro ponía en entredicho todo aquello que se suponía inamovible e inalterable, las tradiciones y la ortodoxia religiosa.

Quizás, en parte, la decisión de Judas de entregar a Jesús a las autoridades del Sanedrín tenga que ver con ello, la seguridad de las tradiciones que silencien a ese loco...

Pero esa mesa es mesa de amigos en virtud del corazón sagrado de Cristo, y a pesar de todos los quebrantos comparte su pan, ofrece generoso e incondicional su vida.

Sabe que lo traicionarán, pero permanece fiel al Padre y a sus amigos.

Sabe que Judas lo entregará, pero nada le recrimina. El pan ofrecido es el convite perpetuo para no perderse, para no extraviarse, y aún así el Iscariote elige hundirse en las tinieblas, adentrándose en la noche.

Sabe también que Pedro será rápido en renegar de Él, a pesar de lo que declama y de los volátiles fervores. En ese talante anticipa su traición, pues se arroga el derecho de morir en lugar del Cristo, y no hay amor en ello ni comprensión profunda de su entrega salvadora.

Pero el amor de Dios prevalece por sobre las traiciones. No hay modo de desterrar el amor de Dios, y el convite perpetuo a su mesa es también la tenaz invitación a no sumergirnos en las tinieblas y vivir a la luz del Evangelio, la vida de Cristo que se nos ofrece a pura Gracia y generosidad.

Paz y Bien


1 comentarios:

camino dijo...

Gracias, es fuerte este evangelio de hoy, y me interroga a hacerme preguntas, seré yo quien lo traicione o seré capaz de dar mi vida por ÉL,siento miedo, un feliz y santo día.

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