Para el día de hoy (22/04/17):
Evangelio según San Marcos 16, 9-15
Los
Once, el colegio apostólico, eran hombres que habían incrementando el
endurecimiento de sus corazones, su permeabilidad a lo sagrado. Los
podía más el miedo, el fracaso, la tristeza, los viejos preconceptos,
capa tras capa de incredulidad.
María
Magdalena, primer testigo privilegiada de la Resurrección y apóstol de
ese Cristo victorioso, fué ignorada. La oyeron pero no la escucharon, en
parte por ser mujer, en parte por su incredulidad.
Los
caminantes de Emaús compartieron Pan y Palabra y reconocieron en su
corazón al Resucitado. Pero a ellos tampoco les creyeron.
Corresponde
mencionar que esos hombres, si bien amaban a su Maestro, no lo
consideraban su Dios, ni un Mesías como Él mismo se revelaba, ni
aceptaban sus enseñanzas, ni mucho menos toleraban la imagen del
Servidor sufriente, Cristo derrotado, que reniega poderes y gloria y
redención forzosa de Israel.
Uno
lo traicionaría, entregándolo a manos de sus enemigos. Otro, arrebatado
y voluble, declama su lealtad pero al primer apuro lo niega con la
rapidez del canto de un gallo matinal. Casi todos ellos, en los días
oscuros del arresto, juicio y Pasión se esconden, demolidos de temor y
fracasos.
Sin
embargo, nuestra fé -la fé de la Iglesia- no es la fé de la Magdalena
ni la de los discípulos de Emaús, aunque también vale para nosotros el
reproche de que no sabemos ni queremos escuchar a los testigos veraces
de Dios.
Nuestra fé es apostólica, es la fé de los apóstoles.
Son
hombres doblegados por culpas duplicadas. La culpa del abandono del
Maestro en las horas terribles, la culpa de la incredulidad en la
Resurrección por el testimonio cierto de discípulos fieles.
Es
una fé de culpables, pero mucho más que ello. Es la fé de aquellos que
han sido perdonados por Dios en su infinita bondad y misericordia, que
tienen por misión llevar hasta los confines del mundo y el universo la
Buena Noticia de la Salvación, del amor de Dios.
Se
trata de hombres liberados de los sayos de incredulidad que han
aceptado colocarse, de hombres perdonados, de hombres que llevan consigo
la mejor de las Noticias sabiendo en sus propias entrañas que no es una
noticia que les pertenezca, pues se reconocen indignos de ella, pero
que ahora reconocen el paso salvador de Dios por sus existencia y se
convierten en servidores que reflejan esa luz.
Paz y Bien
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