Para el día de hoy (19/11/10):
Evangelio según San Lucas 19, 45-48
(Un hombre solo, enfrentado a esa ciudad grande de corazón mínimo.
Un hombre, ese hombre, derribando las mesas de los cambistas, expulsando a los mercaderes de todo, demoliendo desde su autoridad el pingüe negocio de los apropiadores del Templo.
-posiblemente, ese hecho decidiría su posterior condena a muerte, tal la rabia que desataba-
Lo verdaderamente grave quizás fuera que a todo se le había puesto precio, inclusive a la piedad y al culto, como si pagando un valor predeterminado -y gravoso- se accediera a los favores divinos.
Todo se había pervertido: lo valioso no estaba ni en la magnificencia y belleza de la edificación, ni en las multitudes peregrinas, ni en el dinero que cambiaba de manos. Adrede, ignoraban que el Templo era sagrado por el Dios que lo habitaba.
Por ello mismo, ese Templo sería derribado, no como castigo, sino más bien por haberse perdido su fundamento. Se había pervertido su cimiento primero, transformando una casa de plegarias en un nido de maleantes.
Ese hombre, el más humano de todos y por ello mismo, Dios con nosotros, es el nuevo Templo. Y sus hermanas y hermanos -aquellos capaces de seguirlo- se convierten en templos vivos del Dios de la Vida y la Gracia.
Sometidos a los crueles dictámenes del falso dios Mercado -Moloch de falacias y primer productor de esclavos y miserias-, hemos de suplicar que el Maestro intervenga otra vez, con autoridad, con coraje y valor.
Nada de conformarse no de buscar la falsa paz de la comodidad; sería maravilloso que nos derribe todas esas mesas que vamos ubicando alma adentro, en donde asentamos el trueque de promesas por recompensas... nada más ajeno al amor y a la Gracia.
Volver a descubrirnos templos latientes, casas de oración en marcha)
Paz y Bien
Las viejas heridas
Hace 4 horas.
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