Para el día de hoy (20/06/10)
Evangelio según San Lucas 9, 18-24
(Los Evangelistas siempre, frente a momentos clave, nos presentan a Jesús replegado en sí mismo, solitario y orando.
No se trata solamente de realzar la importancia fundamental de la oración: es más bien indicarnos y dirigir nuestra mirada hacia el hijo de María plenamente unido a su Padre, en permanente diálogo con Él.
El Maestro ha recorrido un largo camino junto a sus amigos; su Pasión está a las puertas y la pregunta se hace más que necesaria: ¿que dicen el pueblo acerca de Él?
Sabe que su presencia no ha pasado inadvertida: no obstante ello, algunos creen que es el Bautista redivivo, otros Elías volviendo según una tradición antigua, otros alguno de los profetas preferidos.
No es un error de interpretación: quizás, al igual que nosotros, sólo vemos en Jesús a quien nos conviene ver, proyectamos en su figura nuestros deseos más urgentes... pero el Jesús auténtico no es ése.
Luego, inquiere a sus discípulos: después de haber compartido tanto a diario, de haberles enseñado pacientemente su conocimiento debía ser algo mejor que el del grueso de las gentes.
En nombre de los doce, toma la palabra Pedro y lo confiesa: -Tú eres el Cristo de Dios-. La respuesta es correcta.
Sin dudas, Pedro -como tantos otros- esperaba al Mesías libertador de Israel, rey poderoso y guerrero y nó al Siervo Sufriente... pero a veces el conocimiento excede con creces el ámbito de la razón, y Pedro -aún portando conceptos erróneos- sabe en lo profundo de su corazón que su Maestro viene de Dios. De allí su respuesta es tan contundente y clara.
Pero la reacción de Jesús es tan inesperada como estricta: a nadie debe decirse nada acerca de esto. Y desde el silencio atento puede comprenderse que las almas aún no estaban maduras para comprender qué clase de Mesías era este nazareno. Era tiempo de callar y esperar que el grano de trigo pasara la molienda de la cruz para volverse pan.
Y hay más -siempre hay más-: ellos creían que el Mesías les "pertenecía", esto es, que el Salvador lo sería sólo para Israel, para el Pueblo Elegido; el Mesías que imaginaban sería de su propio cuño.
Nada de esto nos es ajeno: seguimos pensando en un Salvador que nos pertenece por profesar una determinada fé, por participar en una comunión determinada.
Pero es precisamente lo contrario: la invitación está abierta a toda la humanidad, sin excepción ni límites raciales, sociales, nacionales y -especialmente- religiosos.
Por ello aseverará con la luz del Espíritu el apóstol Pablo: "...Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos son uno en Cristo Jesús...-Ga 3,26-"
Este Mesías será maldecido, considerado blasfemo y anatema por los profesionales de la fé.
Se atrevía a hacer el bien sin pedir permiso y hablaba de Dios como Abbá, Papá.
Ponía el corazón en la libertad amorosa de Dios por sobre las prisiones de los códigos, de esa ley manipulada que presumía poner a Dios de su lado mediante la estricta observancia de su cumplimiento.
Abrazaba a réprobos, comía con despreciados, hablaba de igual a igual con los que eran menos que nada.
Entendía al poder como servicio, detestaba la violencia y no toleraba otro derramamiento de sangre más que el propio.
Se negaba a deificar al dinero y al César: consideraba a amigos y enemigos como hermanos y parientes, inclusive más que los que heredaba por genealogía y lazos familiares.
Respetaba al Templo tanto como a cada vida, tanto que cada persona sería descubierta sagrada al volverse templo vivo de Dios.
Por ello sería humillado, azotado, torturado y ejecutado. Pero no de cualquier manera: su patíbulo sería el que reservaba especialmente el Imperio a subersivos y delincuentes marginales, preparado especialmente para ejemplificar al pueblo y advertir las consecuencias de determinadas conductas.
De ese camino trágico no estarán exceptuados sus amigos y seguidores.
¿Porqué el dolor, el sufrimiento? La explicación será tan inaccesible como es improbable explicitar un misterio. Pero en la cerrazón de la razón, brilla incandescente una luz: el amor.
Con una mirada puntualmente humana, es una locura y mejor salgamos corriendo, busquémonos algo más conveniente y para nada doloroso. Algo que no duela ni moleste ni confunda.
Pero quizás haya que mirar con los ojos de Dios, y amar como amaba Jesús.
Sólo desde allí se nos vuelve azúcar la hiel intragable de la cruz, sólo desde el amor se vuelve deseable el morir.
Morir a nosotros mismos, a nuestras miserias, a nuestros egoísmos.
Derrotar de una vez por todas en combate franco al ego que nos separa, y enloquecerse de modo definitivo, a tal punto de que se nos vuelva imprescindible entregarse por el bien del otro, sacrificarse para que el otro viva en plenitud.
La alegría brota como manantial cuando no hay dique de comodidades e intereses propios que la contengan.
Para muchos -podemos contarnos entre ellos- la cruz es sinónimo de muerte, de tragedia, de derrota.
Sin embargo, es el amor en su estado más puro, y por ello es la puerta a la vida definitiva, a la eternidad, maravillosa locura que sin dudas no es de este mundo agobiado de razonables mezquindades.
Quiera el Espíritu volvernos locos para siempre)
Paz y Bien
Las viejas heridas
Hace 4 horas.
6 comentarios:
Gracias por compartir! Siempre es un grato placer el pasar a visitarte y salir bien.
Recibe un relajante y cálido abrazo de luz para tu ser.
Beatriz
Y entregarnos sin dudas, a todos y para todos. Por que los que mas nos hieren son los que mas lo necesitan.
Que paz encuentro siempre en sus post.
Mil gracias y un abrazo hermano!
Gracias Beatriz, y que tengas una excelente y mansa semana
Paz y Bien
Ricardo
Querida Oceánida, eso es dolorosamente cierto y, quizás, es la tarea primera: descubrir como prójimo al que busca nuestro mal.
Gracias por tu presencia, tus palabras y tu comunión.
Que a la luz del Espíritu construyas una semana fructífera y serena.
Un abrazo grande en Cristo y María.
Paz y Bien
Ricardo
esat xvr esta pagina me necanto ademas me sirvio muxo en mi tarea thanks you :P
Hola Anónim@! Me alegran mucho tus palabras, y más todavía que te haya sido útil.
Paz y Bien
Ricardo
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