Para el día de hoy (27/06/10):
Evangelio según San Lucas 9, 51-62
(Signo cierto de libertad. Jesús decididamente se pone en camino a Jerusalem.
Sabe que la mano viene dura, que lo espera el desprecio, la humillación, la tortura, la muerte.
Parecería que sólo se vislumbra un horizonte de penas, pero sigue seguro y sin vacilaciones.
Aparece el cansancio natural luego de una jornada; se envían mensajeros por delante para buscar un lugar en donde alojarse y reponer fuerzas.
Pero llegan a una aldea samaritana: es preciso recordar la inquina y el odio feroz que mutuamente se profesaban judíos y samaritanos, unos por considerar a los otros herejes, los otros por entender que eran consuetudinariamente discriminados sin motivo.
En parte por ello, la hospitalidad se les niega: son peregrinos judíos en camino a Jerusalem, ya han sido catalogados, clasificados y juzgados de antemano, y la reacción samaritana es la esperada.
No obstante, es dable pensar también que esos mensajeros adelantados portaban un mensaje equivocado: Jesús tenía otras opciones mejores en la ruta a la Ciudad Santa, y sin embargo decide pasar por Samaria. Rompe abiertamente con cualquier tipo de discriminación.
Ante el rechazo, Santiago y Juan -llamados tradicionalmente los hijos del trueno- ponen el grito en el cielo y exigen un castigo ejemplificador para esos samaritanos que los rechazan; requieren su exterminio...
A través de la historia y hasta nuestros días, hemos conocido a muchos otros hijos del trueno -tal vez nosotros llevamos algo de ellos también-: son los que suponen poseer privilegios por sobre otros, imaginan a un Dios manipulable que está solo de su lado y, por tanto, todos los demás deben respetar y venerar esos privilegios. Y cuando éstos no les son reconocidos, reaccionan con violencia.
Es la cruz impuesta con la espada, es el bautismo forzoso, es la coacción de las almas, la no fraternidad, la preeminencia de unos sobre otros, el deseo de aniquilar al que no es igual.
Nada más alejado del Reino y por eso el Maestro los reprende de manera taxativa.
En el camino a Jerusalem -ruta que termina en la cruz- se pueden encontrar a otros caminantes fervorosos también, y entre ellos podemos descubrirnos.
La figura de Jesús y su enseñanza sin dudas atraen a las gentes: muchos quieren seguirlo pero desde ciertas seguridades, feligreses del confort, el consumismo y la declamación, del culto vacío de corazón y compromiso.
A menudo, tal vez, nos volvemos así: incapaces de dejar el pasado, de desatarnos los nudos del materialismo, somos nostálgicos de muertes pasadas, esclavos estructurados de formalidades sin conversión...
Nadie está obligado ni apercibido de ser de una manera u otra bajo pena de severos castigos o espantosas condenas.
Pero el camino de Jesús es otro, es el de los pobres que nada tienen y, sin embargo tienen todo: la certeza del auxilio y la ayuda de Dios, la ternura providente de un Dios Padre y Madre que no permite que nada les falte y que sostiene y acompaña.
Quizás haya que replantearse si en verdad somos seguidores de Jesús, peregrinos libres y liberadores capaces de aceptar la cruz y la sola seguridad del Espíritu, ladrones felices en el Reino, forasteros de todo sitio con habitaciones especiales en Su Casa.
Tenemos un destino de sembradores que confían en la humilde y escondida fuerza que late en la semilla: no podemos aferrarnos al arado y mirar la tierra roturada que vá quedando detrás.
El Reino, aquí y ahora, es incontenible y no depende tanto de la pericia de quien maneja el arado, sino de la confianza del campesino en la bondad de la semilla y en la respuesta generosa de la tierra fértil, barro fiel regado por un Dios Misericordioso que se hace lluvia para que siempre, invariablemente y a pesar de mil desiertos, se renueven los brotes del trigo que peregrina su huella de pan)
Paz y Bien
Las viejas heridas
Hace 4 horas.
2 comentarios:
Ricardo nunca había entrado a tu blog, pero lo esta muy bonito, y me gusta más que las reflexiones que pones son de tu inspiración.
Felicidades
Gracias por tu presencia y tus palabras, María. Estas simples líneas que trato de escribir a diario intentan reflejar qué me vá suscitando la Palabra y desde allí, compartirlas con otros y buscar ecos, resonancias.
Un saludo fraterno en Cristo y María
Paz y Bien
Ricardo
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