Mirar sin ver








La presentación de la Santísima Virgen María

Para el día de hoy (21/11/16):  

Evangelio según San Lucas 21, 1-4





Por el Templo de Jerusalem pasaba a diario una multitud llegada desde toda la nación judía y desde la Diáspora; ese número se incrementaba notablemente en las fiestas importantes como la Pascua.
En la llamada sala del Tesoro se encontraban grandes alcancías metálicas llamadas gazofilacios que tenían una amplia boca que se iba angostando hasta desembocar en el reducto reservado donde se guardaba el dinero que allí se colocaba producto de las limosnas.

La tradición de la limosna estaba profundamente arraigada en la nación judía, y merced a ella se constituía un fondo destinado a socorrer a las viudas sin parientes y a los huérfanos, una seguridad social eficaz en estadíos históricos tempranos. Lógicamente, al ser metálicas las bocas de las alcancías las monedas caían con un repique estridente. Los ricos, con afanes de figuración, dejaban caer sus ofrendas y el clanc! que se oía era proporcional a sus ansias de ostentación.

El Evangelista Lucas nos presenta a una mujer viuda y pobre, en donde viuda no es tanto una condición civil o marital sino una adjetivación contundente.
En aquellos tiempos, una mujer sólo tenía los derechos que le otorgaba el varón que la protegía y sostenía económicamente: cuando niña, su padre, cuando adulta el esposo, al enviudar sus hijos varones. Sin embargo, una mujer -por sí misma- era alguien a quien no se tenía demasiado en cuenta, no se escuchaba y se relativizaba; en el mejor de los casos, se la trataba con torpe condescendencia.
Por ello, en ese mar de gente que viene y que vá, a una mujer así, sola y pobre se la mira pero no se la vé. Es parte del paisaje, algo menos que una cosa.

Pero el Señor la mira y la vé. Ella pone dos moneditas mínimas en la alcancía, y seguro que al caer ni hacen ruido. Aún así, en esos dos cobres se le vá su sustento. Aún así, ella confía y sin medir consecuencias brinda todo lo suyo en pos de otras viudas y otros huérfanos que la pasan mal en verdad. En esas dos monedas -que parecen tan poco pero que son un tesoro- se ha brindado ella misma por entero.

Ella es tan parecida a Abbá de Cristo... Un Dios que nada se reserva, un Dios que no hace gala de su poder, un Dios que se brinda por entero para socorrer a la humanidad que languidece en el pecado, en la miseria, en el olvido.

La ofrenda de esa mujer, anawin del Señor, es liturgia santa de la compasión en un Templo purificado de ladrones por la presencia de Aquel que es la luz, la paz y la justicia.

Paz y Bien

1 comentarios:

ven dijo...

Gracias, una vez mas, el Señor la mira y la vé . Dad vuestras manos para servir y vuestros corazones para amar. Gracias siempre por sus palabras que Dios sea con usted, un abrazo fraterno.

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