Cristo viene









Para el día de hoy (14/11/16):  

Evangelio según San Lucas 18, 35-43




Jericó se ubica a unos treinta kilómetros de la Ciudad Santa, por lo que es prácticamente un suburbio o arrabal de Jerusalem. Más aún, allí suelen alojarse sacerdotes y levitas que prestan servicios en el Templo.

Extraña y dura disonancia.
Hogar y refugio de los expertos en lo sagrado y en el culto, y sin embargo a la vera del camino, como un accidente del terreno, languidece un hombre ciego que debe suplicar limosna y mantenerse bien callado, resignado y sin molestar en su sufrimiento.

En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth la ceguera no era infrecuente, toda vez que la arena en movimiento por los vientos y el reflejo del fuerte sol contra las rocas lesionaba las córneas. Ello implicaba que los ciegos o disminuidos visuales debían mendigar para la mera supervivencia, pues no podían ganarse su pan cotidiano. 
Pero además, los rígidos criterios de impureza ritual suponían que toda enfermedad era consecuencia directa de los propios pecados o de los padres, un tenebroso silogismo de un Dios dispensador de miserias y castigos frente a infracciones. 
Tal vez desde allí se comprenda mejor el enojo de aquellos que mandan acallar los ruegos del hombre: está bien que esté así, que le pase lo que le pasa, está plenamente pensado, razonado y justificado y por ello cállese y aguántesela sin molestar. Es así, silencio.

Pero este hombre no se doblega. A los reproches intensos corresponde con gritos aún más fuertes, con una tenacidad en su súplica que no tiene tanto de sufrimiento psicológico como de confianza en el Cristo que pasa. No hay arrebato pasajero, sino la claridad de lo que está pidiendo: ver.
Ver más allá de las sombras que aquejan sus ojos, mirar y ver a pesar de las tinieblas razonadas, mirar y ver la vida con los ojos de Aquél que viene, que se detiene, que lo escucha y siempre reconoce. Rogar sin desmayos, suplicar con tenacidad, salmodiar a los gritos si hace falta.

Cristo viene para que se dispersen las sombras, para que la Iglesia no se encierre en cegueras exclusivistas y se encienda de misericordia.
Cristo viene para que nadie más esté abandonado a la vera de todos los senderos de la existencia, para que sus amigos escuchen a todos los dolientes, para que nunca más se acalle la voz de los más pobres. 
Cristo viene para que recuperemos la vista, la esperanza que no cesa, la santidad de los días, sin imposiciones ni aplastantes condicionantes. Sólo un niño pequeño en brazos de su Madre.

Paz y Bien



3 comentarios:

ven dijo...

Es verdad, ÉL siempre vine a nosotros en la Eucaristía principalmente, pero en cada momento del día ÉL siempre esta, habla , abrazándonos con su presencia que lo envuelve todo, Con Dios todo es grande; sin Dios todo es pequeño. Gracias, un gran abrazo fraterno.

Marian dijo...

¡Señor Jesús haz que vea ! Que te vea, que te reconozca, en cada persona que me encuentre
cada día. Que te reconozca en la Eucaristía, donde nos hacemos una misma persona,me transformas en Ti..¡Gracias Señor.!!

Un abrazo fraterno !!

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Querida hermana Ven, querida Marian, que Dios se haga presente en sus vidas, en todas las vidas, prodigando perdón y Salvación

Paz y Bien

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