Cueva de ladrones









Para el día de hoy (18/11/16):  

Evangelio según San Lucas 19, 45-48



Jerusalem era el centro físico, político y espiritual de la nación judía, y el Templo era, precisamente, el corazón de la Ciudad. Normalmente era atravesado por miles de personas venidas de toda la nación y también de la Diáspora, y su número se incrementaba geométricamente para las fiestas, Séder Pesaj, la Fiesta de los Tabernáculos, Purim y otras tantas. 

En la religiosidad imperante en el siglo I, eran de riguroso cumplimiento las ofrendas destinadas a los sacrificios que realizaban los sacerdotes, el impuesto para el sostenimiento del Templo y la donación de limosnas -diezmos- que se destinaban al sostenimiento de viudas y huérfanos, una forma de temprana y eficaz seguridad social.
Pero esa misma religiosidad consideraba aceptables determinados animales sacrificiales -se regulaban hasta las ofrendas de los pobres- y sólo se aceptaban determinadas monedas o shekkels. Sin embargo, los peregrinos no provenían sólo de las cercanías sino a menudo de sitios muy distantes; lógicamente, traían consigo sus monedas y no viajaban con animales para el holocausto. Por eso en los patios del Templo y con la anuencia de las autoridades religiosas se había instalado una suerte de bazar o mercado en donde los vendedores de animales permitidos y los cambistas de monedas hacían su agosto, permitiéndose toda clase de abusos monopólicos y extorsivos para con los creyentes.

Cuando el Maestro derriba las mesas de los cambistas y espanta a los animales de los corrales comerciales fué motivo de grato asombro para el pueblo. En verdad, el comercio había ganado espacios que debían ser de oración y recogimiento.
Como un siniestro contrapeso, a la alegría del pueblo se correspondía el odio de los dirigentes. Lisa y llanamente, buscaban el modo de matar a Jesús de Nazareth, pues su acción tenía una doble vertiente que los ponía en evidencia y los desafiaba.
En evidencia pues esos negocios -seguramente eran parte y beneficiarios- sólo podían estar allí por su causa y con su venia. En desafío, porque lo verdaderamente grave era que bajo el imperio de la autoridad que esgrimían, imponían criterios mercantiles al hecho milagroso de la fé, como si el favor divino pudiera adquirirse siguiendo procedimientos específicos, olvidando al amor, desdeñando la oración, ignorando que a Dios se le adora en espíritu y en verdad.

Aún así, el Maestro seguía enseñando cotidianamente. Él hablaba con autoridad aunque no estuviera autorizado.

A veces, es necesario abrir la válvula de la indignación. Decir las cosas como son y por su nombre a pesar de que eso no caiga bien, que sea formalmente inconveniente, religiosamente incorrecto.
Es claro que no se trata de la torpe apropiación de la defensa de los derechos de Dios, esa soberbia de suponer que Dios deba ser defendido por la fuerza y aplastando enemigos a diestra y siniestra, dejando encendido el detector de apóstatas y herejes. En esos andares, el amor y la compasión se duelen dejar de lado.

Es menester purificar todas las cuevas de ladrones, comenzando por las que anidan en nuestros corazones, en donde todo tiene su precio, en donde todo puede trocarse, desoyendo el manso y paterno llamado de la Gracia.

Paz y Bien
 



1 comentarios:

ven dijo...

Solo puedo decir, MUCHAS GRACIAS, creo que me dice mucho, Dios sea con usted, un abrazo fraterno.

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