Parentezco espiritual












Para el día de hoy (20/09/16):  

Evangelio según San Lucas 8, 19-21





La escena que nos presenta el Evangelio para este día la podemos hallar también en el texto de Marcos, aunque quizás el planteo de Lucas implique una delicadeza frente a una dura situación que debía afrontar el Maestro, y que era precisamente su situación frente a sus familiares.
Hemos de tener en cuenta el rol preponderante de la familia amplia -el clan, la tribu- tenía en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth como guardianes de las tradiciones, protección de la identidad judía y refugio frente a las catástrofes posibles de la vida. Todo hubiera permanecido en aguas tranquilas y sin colapsos: sin embargo, a los treinta años ese hombre pobre y nazareno renuncia a formar una familia, a una esposa, a hijos y se larga a los caminos a enseñar cosas de Dios de una manera novedosa y sorprendente, juntándose a menudo con todos los descastados e impresentables de su tiempo, sanando a los enfermos, predicando a un Dios que es Padre y es amor.
Inevitablemente ello le llevó a un abierto conflicto con la dirigencia religiosa de su tiempo, a tal extremo que no podrá volver a enseñar en las sinagogas y será considerado un loco, un borracho, un endemoniado, un blasfemo irrecuperable, siendo esta última la acusación más seria pues, de confirmarse, conduciría al cadalso.

Por ello no es difícil imaginar el estupor de sus parientes, pues a ellos se refiere con exactitud la expresión semítica tu madre y tus hermanos. Ellos se hacen presente allí donde Cristo está rodeado de una multitud ávida de sus palabras para hacer cesar el escándalo que también acarrearía la ignominia a la veta familiar, para recuperar a ese Jesús que se ha extraviado y que de alguna manera está fuera de sus cabales.
Pero simbólicamente, implica también cierto conservadurismo peligroso que prefiere la dureza de lo conocido a los riesgos de toda novedad, el aferrarse a lo viejo con resignación abdicando de toda esperanza.

Con Cristo se ha inaugurado un tiempo nuevo y definitivo, en que los vínculos biológicos, culturales, sociales/nacionales y de índole similar -todos ellos valiosos e importantes- ceden el lugar a los vínculos trascendentes del espíritu: la plenitud humana -la felicidad- será para los que escuchan la Palabra de Dios con atención y la ponen en práctica, los que oyen y escuchan las enseñanzas del Verbo, encarnan la Buena Noticia y siguen sus pasos.

Más aún, se revela una dimensión asombrosa, y es la de un Dios que se ha llegado allí donde se resuelve cotidianamente esto que somos, un Dios que se hace pariente de toda la humanidad, pues la Madre -que es madre, hermana y discípula-, flor primera de la Gracia, ha inaugurado los nuevos tiempos de su nueva familia.

Paz y Bien

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