Abriendo surcos








Para el día de hoy (28/09/16):  

Evangelio según San Lucas 9, 57-62





A menudo nos encontramos en los Evangelios con expresiones muy duras, quizás ajenas a cierta visión edulcorada que nos hacemos de Cristo. Pero esas expresiones tienen un origen y un motivo, nada es casual, siempre hay una causalidad aunque no pueda advertirse de antemano. La literalidad es un espanto y es estéril.

Este lenguaje paradojal, tal como nos presenta la liturgia del día se ubica en las modalidades propias de la época, de un tiempo en donde la enseñanza era, preponderantemente, de carácter oral. De allí que uno de los mejores modos de recordar tales enseñanzas era ése, es decir, presentar posturas extremas que no se pudieran pasar por alto con facilidad.
Pero hay más, siempre hay más, y es la imperiosa necesidad del Maestro de enseñar a sus discípulos de todos los tiempos la radicalidad del Evangelio, su asombrosa dinámica. Y muy especialmente, que esos caminos en nada tienen que ver con los caminos del mundo.

Para vivir el Evangelio es menester abandonar todas las madrigueras y cuevas de confort y cálculo. Es preciso saber ser zorro -astuto- y capaz de volar como un pájaro, a la vista plena del sol de Dios, confiados en su bondad que nunca nos abandona.

Para vivir el Evangelio hay que romper de una vez y para siempre con la muerte. El Dios de Jesús de Nazareth es un Dios de vivos, que no de muertos, y esa ruptura con el padre muerto e insepulto tal vez exprese todo lo viejo que no trasciende, lo viejo que detiene, lo viejo de agrieta almas y fidelidades antes que un vulnerar el amor al padre real.

Para vivir el Evangelio es preciso no mirar atrás, dejar que la historia sea eso mismo, es decir, historia y pasado, pues el presente es lo que cuenta y se edifica con la misericordia de Dios. Las manos en el arado y la vista puesta atrás sólo produce una siembra inútil, pues los surcos van torcidos.

Hay que abrir, con el auxilio de la Gracia, nuevos surcos, todos los días y cada día, para que florezca entre nosotros y en todo el mundo los frutos santos del Evangelio.

Paz y Bien

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