La luz del Evangelio







Para el día de hoy (19/09/16):  

Evangelio según San Lucas 8, 16.18




En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, las horas útiles del día se extendían desde el alba al atardecer, de sol a sol. Fuera de ese horario de trabajo incesante, las familias se resguardaban en sus hogares; ahora bien, por lo general las casas familiares se componían de un monoambiente amplio que hacía las funciones de dormitorio familiar y también de sala de estar y de comedor, es decir, la vida familiar se acotaba a una habitación grande.
Pero también en ese tiempo el aceite que alimentaba las lámparas destinadas a iluminar era muy caro y las velas prácticamente inaccesibles para el común de las gentes -y usualmente se reservaban al culto-, por lo cual en cada hogar sólo había una lámpara que, al caer la tarde, se encendía y se colocaba en un saliente de la pared o en un estante ubicado a tal fin. Obviamente, desde allí la llama de la lámpara lo iluminaba todo.
A nadie se le ocurriría poner la lámpara bajo la cama o bajo un recipiente para no permanecer a oscuras y por lo valioso del aceite que ella tiene.

El Evangelio se nos ha concedido para que nuestras existencias se iluminen, para que la Palabra se encarne en nosotros a su debido tiempo, semilla paciente que germina y dá frutos. No es un arcano esotérico qie se reserva sólo a un séquito elitista en complicados rituales. 
El Evangelio es nuestra más valiosa herencia, luz que no ha de ocultarse, que ha de enarbolarse en lo alto, luz que disipe todas las tinieblas, que alcance a todas las naciones.

Nada se reserva, no hay sectores ni porciones inaccesibles. Nada ha de quedar oculto en el Evangelio, del mismo modo que Dios se ha brindado por entero, sin reservarse nada para sí, por nuestra salvación.
Esa luz que resplandece, claro está, no nos pertenece, pero es necesario elevarla.

Se eleva y expande desde la predicación, desde el ministerio y desde una vida que exprese la Gracia en lo cotidiano, Evangelios vivos que palpitan la gloria de Dios.

Paz y Bien

1 comentarios:

ven dijo...

Esa luz que resplandece, claro está, no nos pertenece, pero es necesario elevarla. y para elevarla tenemos que dejarnos llenar de ella, para ser poco a poco un pequeño reflejo de su luz, gracias, una vez más, Dios le bendiga.

Publicar un comentario

ir arriba