Para el día de hoy (26/03/11):
Evangelio según San Lucas 15, 1-3.11-32
(Nada de todo esto nos es ajeno: tenemos esas actitudes de golpear la mesa y reclamar lo que por derecho nos corresponde, para luego dilapidar/nos en cosas mundanas.
Nos gastamos la vida en torpezas licenciosas y nos sobreviene el hambre, la soledad y el abandono. En nuestro fango, añoramos un lugar muy menor de tiempos viejos, aunque más no sea para para procurarnos un mínimo alivio de esa degradación que elegimos; allí mismo, vamos redactando ingeniosos y extensos discursos de súplica y perdón, que tienen mucho de búsqueda de refugio antes que de pésame por lo que se ha hecho mal o por lo que se ha dejado de hacer.
Igualmente, aún en nuestros errores, en nuestras profundidades palpita la certeza de que tenemos un Padre que todo lo puede.
Ese Dios Padre y Madre tiene una mirada lejana y ansiosa. Está esperando en su ventana nuestra vuelta -a como dé lugar-, importa ante todo el regreso, y desde lejos sabe ver nuestros pasos agobiados.
Señor de su casa, ese Padre se despoja de todo orgullo y dignidad y a la vista de todos sale corriendo al encuentro del hijo perdido.
Por eso mismo le quitará los harapos de miserias pasadas y lo vestirá con los vestidos nuevos de la Salvación.
Por eso mismo colocará en esas manos sucias un anillo que reivindica el derecho del hijo de ser propietario de los mismos bienes que el Padre, una herencia que no se quita sea cual fuera nuestra magnitud de quebranto.
Por eso mismo hay sandalias nuevas para los pies descalzos, pues sólo los esclavos iban descalzos en esos tiempos.
Por ese regreso, por ese hijo perdido y encontrado ha de celebrarse la mayor de las fiestas, la del reencuentro y la vuelta a casa.
Todo es inexplicable en su desmesura...será porque el amor se vive antes que se describe.
Aunque también, en cierto modo, así como podemos dilapidarnos la existencia como el hijo menor, también el rictus del desagrado del hijo mayor nos pertenece. Nos creemos con derecho a ser reconocidos por méritos adquiridos y así nos autoexcluimos de la fiesta de la Salvación, nos molesta el hermano que regresa.
Así, con toda esa carga, no dejamos de se hijos para ese Padre Misericordioso.
Todo un plan de vida para emprender el regreso a la casa de quien siempre nos está esperando y se des-vive por nosotros.
Toda una vida expresada en ese despojarse de todo para salir corriendo al encuentro del que se ha perdido.
Toda una invitación a ser partícipes de esta vida que, a pesar de tanto dolor y tanta miseria, tiene destino de fiesta)
Paz y Bien
Parábola del Padre misericordioso y del amor inexplicable
Contenidos:
Cuaresma 2011,
Evangelio para cada día
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