Para el día de hoy (12/03/11):
Evangelio según San Lucas 5, 27-32
(No había demasiado que dirimir: Leví el publicano, debía ser objeto de un concienzudo repudio por parte de puntillosos fariseso y escribas.
Los publicanos realizaban con fervor la deplorable tarea de recaudar los tributos debidos a la potencia romana, gravosos impuestos recaudados a favor de ese imperio que oprimía y sojuzgaba a Israel. Y no conforme con ello, utilizaban esa posición en provecho propio: explotaban sin vacilar a los campesinos y pescadores galileos que apenas sobrevivían trabajando duramente. Por ello mismo Leví era hombre de una gran fortuna, adinerado a costa de los otros.
El odio de sus paisanos era patente: como siervos impenitentes del Imperio y explotadores de sus paisanos, estaban en la misma categoría moral que las prostitutas, y en una simple mirada ninguno de nosotros está lejos de compartir esos criterios trasladando esa situación a nuestro presente.¿Cómo no rechazar a gentes así?
El mundo de Leví es el mundo de la explotación y la corrupción desde la servidumbre del dinero, y se acota a esa mesa en donde ejerce su oficio publicano.
Sin embargo pasa Jesús, y cuando Él se hace presente no hay lugar para medias tintas, y el gesto mismo es clave: deja la mesa, abandona ese limitado mundo en donde por su crueldad se ha quedado postrado, se pone de pié y lo sigue.
Lo que entendemos por conversión está simbolizado allí: descubrir el paso de Jesús en nuestra existencia diaria, y atreverse a dar el gran salto, ponerse de pié y abandonar todo lo que nos ata y nos paraliza, para poder construir camino.
La billetera de Leví es muy grande: por ello mismo organiza un gran banquete en el que han de participar otros como él, pares publicanos y explotadores, e invita a Jesús. Y sucede el gran escándalo: el Maestro acepta gustoso y participa alegremente de la cena ofrecida.
Ese banquete estaba perfumado con el sudor de pescadores y campesinos, es fruto del esfuerzo de los pobres, está contaminado desde el vamos.
El escándalo es aún mayor porque Jesús no puede no conocer estas cuestiones, seguramente ha sufrido en carne propia las veleidades de una mesa escasa cuando su padre carpintero debió someterse al accionar impiadoso de estos sujetos. Igualmente la mayoría de sus amigos.
Sentarse a la mesa de alguien significa, de algún modo, hacerse hermano de quien comparte su comida.
Este galileo no puede ser que hable de parte de Dios y acepte un convite tan malsano.
Pero el Maestro no está en tren de convalidar corruptos ni de ser fedatario de explotadores: su misión es misión de rescate perdidos, oferta generosa de vida nueva.
Hay una mesa nueva, mesa grande, mesa de imposibles: no intenta jamás imponer, no juzga, busca la salvación de todos -hasta la del que quizás, a nuestros limitados ojos, ya está fuera de toda posibilidad-, y hace una increíble y gratuita proposición de perdón y liberación.
En el silencio de esta madrugada de Cuaresma, escuchamos un llamado de atención, pues somos a la vez Leví y también somos fariseos y escribas que de un modo u otro buscamos imponer nuestro criterio.
En el tiempo santo de la Misericordia, urdimbre sagrada del hombre y Dios, renace la invitación a poner más y más sillas mansas a nuestras pequeñas mesas.)
Paz y Bien
La mesa de los imposibles
Contenidos:
Cuaresma 2011,
Evangelio para cada día
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