Higueras y mercaderes

Para el día de hoy (04/03/11):
Evangelio según San Marcos 11, 11-26

(Jesús es un Salvador inquieto que constantemente vá y viene por las rutas de nuestra existencia, por esas ciudades de soledad que solemos habitar.
Y cuando pasa, solemos mostrar brillantes hojas que, en realidad, sólo se quedan en ello, en la apariencia exterior de nuestras esterilidades.

Al igual que Adán en el Edén, casi siempre utilizamos algunas hojas para ocultar la vergüenza de nuestra falta de frutos dulces que alimenten al otro.
¿Acaso la higuera no tiene un bello destino de producir ricos higos dulces que alivien el hambre?... Pues así somos, y vidas en las que puedan encontrarse sólo algunas hojas son higueras malogradas, pura tristeza nomás.

En cierto modo también y debido a esa carencia de frutos, nos tornamos mercaderes de gracias, traficantes de recompensas, capitalistas del espíritu que gustan de acumular méritos aparentemente sagrados, pues a menudo rendimos culto a un falso dios del trueque y la tarifa piadosa.
Pero ese no es precisamente el Dios de Jesús.

Es un tiempo distinto, nuevo y santo, tiempo de Dios y el hombre; Jesús revela que Abbá -su Padre, el tuyo, el nuestro- no habita en impresionantes monumentos de piedra y hormigón, sino que cada mujer y cada hombre son templos vivos, palpitantes y latientes de ese Dios de la Vida, de lo gratuito -Gracia-, de la generosidad, de la bondad.
Por eso, más allá de toda magnificencia arquitectónica, historia y afectos, no hay templo en todo el planeta que sea más sagrado que una sola vida humana; cada templo se santifica por los que allí se reunen en la oración, una oración que tiene por fundamento la ternura y la compasión, el aparentemente improbable hecho del perdón, el gesto manso del servicio, la misericordia que libera y reconstruye.

Hay una súplica urgente, aquella que ruegue auxilio para abandonar el horror de una apariencia estéril carente de frutos dulces de solidaridad -que no requieren una estación predeterminada, pueden florecer todo el año de nuestras vidas-, aquella que implore al Maestro que venga a nosotros, que nos derribe tantas mezquindades cuidadosamente calculadas para volvernos generosos, desinteresados, compasivos, higueras santas con frutos eternos que sostengan a tantos hermanos hambrientos)

Paz y Bien

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