Domingo 15° durante el año
Para el día de hoy (16/07/17)
Evangelio según San Mateo 13, 1-23
La lectura que hoy nos trae la liturgia del día tiene una parábola tan agradable como extraña. Extraña pues el Maestro en ningún momento menciona de manera explícita a Dios y a su Reino.
Quizás se trate de algo más que un método de enseñanza, e implique el gran misterio de que la eternidad, desde la Encarnación de Dios, se halla tan profundamente implicada en la historia humana y atraviesa lo cotidiano que, ante todo, es menester saber abrir los ojos y descubrir esa inmensa bendición que está allí, al alcance de todos los corazones.
Aún así, Jesús de Nazareth hablaba con sus contemporáneos desde un lenguaje sencillo, a partir de las cosas que solían acontecerle día a día. Tal es el caso de la siembra, pues muchos de sus oyentes comprendían bien de qué hablaba y lo escuchaban con agrado, humildes campesinos judíos y labradores ancestrales. Tal vez la sencillez de sus palabras -que nó es simplicidad- es lo que alteraba y enojaba a los sabios y doctores pues no se valía de arcanos ni verba académica que se remite a unos pocos elegidos para revelar las cosas de Dios. En la universalidad de su enseñanza sin límites palpita una catolicidad que solemos declamar y no practicar.
Pero allí había una multitud, y por entre ellos podemos descubrir a pescadores, publicanos, estudiosos de la Torah, soldados, artesanos como José de Nazareth, pastores de ovejas, comerciantes y otros tantos que no tenían muy en claro las cuestiones del campo. Con una paciencia infinita, explica también a aquellos que no arriban a la misma claridad las cosas de su Padre. Hay que dejarse enseñar, escuchar atentamente a ese Cristo que hoy nos habla.
Los campesinos judíos más humildes no utilizaban demasiado el arado pues, sencillamente, un arado era demasiado oneroso. Ellos andaban por los campos -a veces demasiado nutridos de arena y piedras- y arrojaban semillas a diestra y siniestra, sin cerciorarse demasiado si éstas caían en humus nutricio, en rocas infranqueables o a escasa distancia de los surcos delineados. Ellos confiaban en la calidad de la semilla, en su fuerza escondida y a esa fuerza sumaban sus esfuerzos.
Para cierta mentalidad moderna de la que no estamos exentos, hay allí un problema de exactitud y eficacia. No están para nada mal los planes y los proyectos, claro que nó.
Sin embargo, hay una realidad que palpita con mayor profundidad, y es que el Reino está allí en el mundo, creciendo en silencio, al alcance de todos los corazones, inmensamente generoso y asombroso en los rindes que brinda a partir de esfuerzos y semillas que parecen muy pequeños, insignificantes.
Y a riesgo de aparentar tonterías, se trata de lealtad, de seguir confiando. Hay semillas que han de caer a la vera del camino, sobre rocas que parecen infranqueables, asomos a medias.
No hay que resignarse.
La semilla sigue siendo de Dios, y Él sabrá germinar frutos santos, con todo y a pesar de todo y todos.
Paz y Bien
2 comentarios:
Gracias.
Debemos orar para ser tierra buena.
Gracias Ricardo.
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