Evangelización, misión plena de humanidad









Para el día de hoy (13/07/14) 

Evangelio según San Mateo 10, 7-15





Desde sus mismos inicios, la misión encomendada por Jesús de Nazareth a los suyos -a los Doce, a los setenta y dos, a nosotros, a toda la Iglesia- ha sido motivo de controversias, escándalos, peligrosas maquinaciones del poder y crueles y demoledores análisis desmerecedores que cualquier esfuerzo.

La razón estriba en que la misión cristiana es, fundamentalmente, una misión humanitaria, y por ello es tan trascendente. No es religiosa como de modo usual puede inferirse, buscando adeptos o prosélitos, propalando doctrinas, imponiendo un culto específico. 
La misión cristiana anuncia que el Reino de Dios está cerca, muy cerca, tan cerca que está alcance de todos los corazones. Y antes que una declamación, es una preclamación que se explicita en lo concreto, allí en donde el mal muerde y lastima a la humanidad a través del sufrimiento, el dolor y la exclusión.

Por eso los misioneros han de preocuparse y ocuparse a favor los enfermos, de los excluidos, de los alienados, de los que viven en mundos de sombras y agonizan en silencio, sepultados en vida por el olvido. Ellos han de llevar la bondadosa mano de Dios que no abandonará jamás a sus hijas e hijos, estén en donde estén, haciendo presente ese indomable deseo del Creador de que todos sean felices, plenos, totalmente humanos.

Porque religión es re-ligar, volver a unir a los hombres entre sí, separados por odios, egoísmos y olvidos, y también re-ligarlos con ese Dios que vive entre ellos, que ha llegado humildemente y se ha quedado para siempre.

Es claro que la misión entraña sus riesgos, sus repudios y rechazos. La gratuidad -signo cierto de esa asombrosa Gracia de Dios- vá a contramano de toda especulación, y de esa maldición que supone aquello de que todo tiene su precio o su interés.

Porque la solidaridad y el amor, desde y hacia Jesús de Nazareth, es visto como una peligrosa amenaza para los poderes mundanos.

Quiera el Altísimo que así de pequeños y frágiles como somos, así también nos volvamos cada día más santamente peligrosos, en la cordial dinámica del Espíritu.

Paz y Bien

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