El perdón que renueva, recrea y restaura









Para el día de hoy (06/07/17) 

Evangelio según San Mateo 9, 1-8




Jesús ha emprendido el regreso de tierras de la Decápolis, y atravesando el mar de Galilea, está de nuevo en su ciudad. Su ciudad no es aquella donde se crió, Nazareth, sino que el Evangelista se refiere a Cafarnaúm, ciudad desde donde parte su ministerio y sus esfuerzos misioneros. Probablemente se hospede en el hogar familiar de Pedro y Andrés, pero hay un mensaje también para nosotros, cristianos de este tiempo: el Maestro no tiene casa propia, y su hogar está allí en donde le reciben sus amigos como uno más de la familia.

Traen a su presencia a un paralítico, tendido en una camilla. Ese hombre es la pura inmovilidad, la pasividad extrema, un universo acotado a las angarillas que con mucha fé portan otros hombres. 
A veces, cuando un hermano está postrado por el dolor, la resignación y la miseria es imprescindible que otros lo lleven a la presencia liberadora de Cristo, a fuerza de compasión, de silencioso servicio, de fraterna misericordia que no espera gratitud, sólo el bien del caído. Con el hermano al hombro, y más aún, que el doliente se nos haga un dolor en el costado. El dolor del otro, dolor propio.
Así será la fé de esos hombres en santa conjunción con el amor de Dios la que obrará milagros.

Los expertos pensaban de otra manera. Gobernaban la fé de Israel y los corazones del pueblo judío bajo el criterio de que las enfermedades eran consecuencia directa de un pecado propio o de pecados de los padres, todo ello bajo el tenor de retribución punitiva divina. Es decir, la enfermedad como castigo justo y necesario, que a su vez deviene en impureza ritual, un Dios que castiga y sumerge en la culpa y la vergüenza.

Cristo sana y salva. Restituye la movilidad al cuerpo inmóvil, pero también restaura el corazón del caído mediante su perdón. Ese perdón venda las heridas más profundas, descubriendo el rostro bondadoso de un Dios que ama sin medida, rico en misericorida, lentísimo en la cólera. Así, la palabra hijo es mucho más que una expresión de afecto entrañable, pues proclama una identidad filial conferida.

Algunos mascullan su rabia, pues ese rabbí galileo se atribuye facultades que son sólo de Dios, según su limitado criterio. 
Más Cristo ha inaugurado el tiempo santo de Dios y el hombre, de Dios con nosotros vivo y presente en Jesús de Nazareth, y por ello, su mandato restaurador de perdón sera misión de sus hermanos, de su familia, de la Iglesia.

El perdón libera, reune a los separados, reconciliando a los hombres entre sí y con Dios.

Paz y Bien

1 comentarios:

FLOR DEL SILENCIO dijo...

El perdón venda las heridas más profundas, gracias.

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