Para el día de hoy (12/07/17):
Evangelio según San Mateo 10, 1-7
Los apóstoles eran un grupo extraño, disímil, desparejo si se quiere. Algunos tenían un carácter explosivo, otro era muy voluble, otro prudente, unos quizás muy cercanos a la corriente política que instaba a la rebelión armada contra el opresor romano. Unos eran pescadores de oficio; otro, recaudador de impuestos, otro, un estudioso de la Torah.
Lo llamativo era que habían sido convocados por Jesús de Nazareth allí mismo en donde acontecía su cotidianeidad.
Pero más aún, era la confianza que el Maestro depositaba cordialmente en ellos, aún sabiendo de sus quebrantos y traiciones, aún conociendo sus caracteres oscilantes.
Los Evangelios no son crónicas históricas, sino más bien crónicas teológicas, es decir, espirituales. Así el Evangelista deliberadamente recuerda los nombres de los apóstoles, queriendo señalar la trascendencia de que el llamado -la vocación- refiere siempre a hombres y mujeres concretos, de rostros visibles, con nombre y apellido. Allí también están nuestros nombres.
En la confianza brindada a los suyos -una fé inusitada, desmesurada respecto de la fé que los apóstoles tienen en Él- el Maestro les confiere autoridad, una autoridad que debe ser comprendida en su sentido primordial que nunca es imposición, sino el grato poder de hacer crecer.
Una de las claves de lectura es que es autoridad conferida no les pertenece, les ha sido concedida con un fin, con una misión determinada.
La otra, tan importante como aquella, es que el uso de esa autoridad -llamada exousía- sólo es legítima y auténtica en relación al prójimo y desde el servicio a los demás. Fuera de ese sentido trascendente, la autoridad apostólica deviene en poder mundano, en imposición, en dominio.
Porque esa autoridad es signo cierto de que el Reino está cerca, de que es deseo infinito de Dios la salud, la paz, la alegría, la libertad, la justicia, la compasión, la plenitud de toda la humanidad.
Los apóstoles retribuyen la confianza de Cristo desde la caridad que profesan, y cuando no pierden de vista su condición primordial de hijos de Dios y de discípulos, es decir, de los que comparten camino, pan y vino, vida misma con el Cristo de nuestra liberación.
Paz y Bien
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