Para el día de hoy (20/07/17):
Evangelio según San Mateo 11, 28-30
Tanto para el arado como para el transporte de cargas pesadas, el yugo era fundamental; consistía en una pesada pieza de madera que, doblegando los cuellos de los bueyes -bestias de cargas por excelencia- o de las mulas, mantenía sus cabezas unidas y bajas para que quien lleve el látigo y las riendas los dirija a voluntad.
Simbólicamente, la imagen es dura, sobrecogedora. Es lo que se impone a la fuerza, la opresión, las almas aplastadas. Peor aún, implica que unos pocos se arrogan el derecho absoluto de conducir a la fuerza a muchos, a menudo en flagrante desprecio de unos por sobre otros, el poder no limitado por la ética y habitualmente justificado en nombre de Dios.
En los tiempos del ministerio del Maestro, esto era bien conocido por Jesús de Nazareth. Una multitud incontable vivía sometida a los dictados de una pequeña élite religiosa, que les imponía una miríada de preceptos casi imposibles de cumplir, a lo que se sumaba una mirada excluyente y despreciativa de escribas y fariseos a todos esos labriegos, pescadores, campesinos y artesanos pobres a los que consideraban varios escalones por debajo de la dignidad de los hijos de Israel, impuros, malditos a los ojos esquivos de un dios cruel y vengativo. Ellos eran, precisamente, los pequeños a los que Jesús hablaba y llamaba con inefable ternura, revelando que Dios es un Padre que ama y que tiene un amor preferencial hacia esos pequeños que no tienen voz, que nadie escucha, mucho más allá de cualquier clasificación ideológica o social.
Esos hombres trabajaban de sol a sol, y conocían bien el cansancio. Pero ese cansancio se disipa comiendo bien y durmiendo las horas necesarias.
Sin embargo hay otro cansancio más profundo que no ceden tan fácilmente. Son los agobios de las almas, los cansancios de los corazones derribados en la desesperanza, ahogados de rutina, carentes de novedades buenas.
A esos corazones -que también son los nuestros- les habla el Señor. Su yugo no es una opción más, su yugo ligero es grato, es la mano bienhechora de Dios que nos conduce a la libertad de los hijos de Dios, a la paz verdadera, al reconocimiento del prójimo, a la restauración y sanación que nos trae su perdón.
Cristo es nuestro descanso y nuestra paz
Paz y Bien
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