La cruz, superación de toda ley

Para el día de hoy (19/08/11):
Evangelio según San Mateo 22, 34-40

(El ánimo de fariseos era buscar la controversia para detectar la heterodoxia en el Maestro, y así poder denunciarlo como blasfemo.

Elementos no le faltaban: regulaban la vida del pueblo desde el estricto cumplimiento de 365 prohibiciones y 248 preceptos de carácter positivo. Lo fundamentaban en una lectura literal de la Palabra, pero esa religiosidad severa -puro cumplimiento de normas y culto- nada tiene que ver con Abbá Padre revelado por Cristo.

Nuestra fé sostiene la sacralidad de una Palabra revelada -escrita por hombres a quienes el Espíritu alumbra e inspira-; sin embargo, no debemos confundirnos ni volver a ese laberinto de literalidad que es fundamentalismo.
Creemos en una Palabra que es mucho más que un Libro: esa Palabra es Alguien eterno que se ha tejido en la historia, Jesús de Nazareth nuestro hermano y Señor.
De manera más sencilla, no creemos en un cúmulo de afirmaciones, dogmas e historias sagradas: creemos en Alguien.

Es curioso y maravillosamente sorprendente: cada vez que le pedimos algo al Maestro -y hay que saber pedir- Él siempre nos dá más.
Así con el fariseo, que le pide a Jesús que se expida en cuanto a cual es el primer mandamiento entre aquellas 613 normas. Se le pide por un mandamiento, y el refiere a dos.
Quizás ello sea signo de que nunca -por el motivo que fuere- a la Buena Noticia puede cercársela, limitarla a conveniencias. Jesús es santamente rebelde, y se escapa a toda idea o razón mezquina sostenida impunemente por nuevos fariseos, por instituciones que oprimen o -tristemente nos duele- por la misma Iglesia.

La cruz, símbolo del amor mayor, tiene dos maderos inseparables: uno que señala a las alturas, el otro que extiende sus brazos a los lados.

El amor mayor de la Pasión de Jesús lo expresa con diáfana nitidez: la relación con lo alto -con Dios- está íntimamente unida con la relación hacia los costados -el prójimo-.
Por ello que el amor verdadero tiene una dimensión eterna que debe expresarse en el amor a los hermanos: como los brazos de la cruz, son vertientes del mismo río de la vida, y la falta de uno desvirtúa el todo.

Por ello mismo el culto verdadero jamás puede escindirse de atender y socorrer a quien pasa necesidad, y el amor que revela Jesús de Nazareth es el que fundamenta toda fraternidad: amar al prójimo como a uno mismo es la superación de cualquier romanticismo torpe, es compromiso y es también conocimiento de uno mismo para re-conocer al otro y así andar juntos.

Tal vez vaya siendo hora de dejar de lado tantas regulaciones que nos asfixian, tanto olvido del que sufre y regresar a la Buena Noticia de Jesús, y dejar que la vida fluya nuevamente, libre como un río caudaloso e imparable)

Paz y Bien

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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