Espacios sagrados

Transfiguración del Señor

Para el día de hoy (06/08/11):

Evangelio según San Mateo 17, 1-9


(Jesús se lleva a tres de sus discípulos primeros -Pedro, Santiago y Juan- a un monte elevado; no ha elegido Sion, aquella montaña sagrada de la historia oficial, y parece descreer de acontecimientos espectaculares y multitudinarios.
En ese Tabor de poco prestigio, de la periferia, se manifiesta en Jesús de Nazareth la gloria de Dios frente a tres pescadores, Shimón bar Jonás y los bravos hijos de Zebedeo.

Lo humano y lo divino se han conjugado en comunión plena en ese galileo que resplandece rodeado de Elías -los profetas- y Moisés -la ley-, y ése es precisamente el signo que indica que la totalidad de la historia sólo puede cobrar sentido en ese Cristo que está brillando y que morirá en una cruz espantosa, cruz de criminales y soledad, cruz de la aparente derrota y el escándalo.

La situación sin dudas conmueve, y Pedro tiene muchas ganas de conservar para siempre en ese momento como una fotografía que congele los instantes; propone armar tres tiendas, las tiendas de Sukkot, las de las falsas seguridades, las tiendas de encerrarse algunos pocos para disfrutar el momento.

Pero no es así.

Hay que bajar desde el monte al llano, allí precisamente en donde campea la oscuridad y parece no haber más que sombras. La luz infinita de Jesús de Nazareth no ha de guardarse para unos pocos privilegiados, sino que ha de llevarse para que no haya más tinieblas.
Por la Pasión y la Resurrección, toda la tierra se ha vuelto santa y hemos de descubrir al Resucitado brillando en donde menos nos imaginamos, en las Galileas de la periferia y la sospecha perpetua, en los Tabores desprestigiados e inimaginados.

Con la confianza y la tenacidad del campesino que confía en las bondades de la semilla, habrá que ir arando estos campos desolados para que se abran espacios sagrados, para que nadie languidezca en sombras de muerte, para que en medio de tantas cruces de agonía se encienda la esperanza.
Y entonces sí, descalzarnos el alma: estamos pisando suelos santos, terreno de la trascencencia aún cuando sólo nos grite y agobie la rutina. Al Maestro no se lo busca primero en libros y dogmas: es preciso escucharlo.
Ahora mismo el Hijo Amado nos está hablando, y quizás nos ande faltando esa Pascua que vá desde el oyente convencional y desatento a la plena escucha del Resucitado.
Toda la tierra grita su nombre)

Paz y Bien

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