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Para el día de hoy (22/05/11):
Evangelio según San Juan 14, 1-12

(Los que creíamos cercanos, vinculados por algún tipo de parentesco, no lo están.
Nos ofrecen una amplia gama de dioses, reflejo fiel de sus esquemas y comodidades y de su ambiciosa necesidad de dominio sobre los otros, dioses armados a la medidas de los diversos caracteres y necesidades que somos y portamos.

El dios institucional, al que se accede siguiendo normas puntuales y específicas, dios apropiado y escamoteado por algunos a partir del estricto cumplimiento de normas.

El dios de la resignación y de la sumisión, del todo está escrito de modo predeterminante, el dios de la conversión inútil, el dios que se conforma y acepta toda opresión y sufrimiento.

El dios de los comedidos cultores de la precaución y la cautela, el dios del no arriesgarse, de no jugarse por los demás.

El dios del yeso y el cemento, dios cultivado y venerado en hermosas imágenes e imponentes templos, dios consecuentemente negado en los templos vivos que son sus hijas e hijos.

El dios de los violentos, de los que atropellan voluntades, el dios del que me importa tu tiempo, dios celebrado en la sangre ajena derramada.

El dios del dinero, productor consuetudinario de esclavos, cuyo culto se ofrece cotidianamente en los altares del mercado.

Dioses múltiples ofrecidos para adormecer las preguntas primeras y las necesidades primordiales de la humanidad, dioses sucedáneos, dioses alternativas, dioses impuestos.

Frente a estos dioses que a través de los siglos nos hemos convenientemente construido, está el Dios de Jesús de Nazareth, el totalmente Otro, el que es tan distinto de nuestros condicionales por hacerse uno más entre nosotros, escándalo y locura para tantos.

Dios que se hace camino y compañero de huella del hombre que deambula en el sinsentido, del que ha perdido el horizonte, del que sólo sabe de postraciones a la vera de todo.

Dios de toda certeza, verdad que es destino urdido en común con el hombre, luz en nuestras tinieblas.

Dios de la Vida, vida que prevalece, vida que no perece, coraje fuera de toda mesura, mansa rebelión frente a la injusticia y la miseria, Dios que es aliento para nuestros cansancios, Dios que sostiene el respirar, Dios del abrazo y la generosidad, de la compasión y el desinterés propio, Dios que es Vida desviviéndose por los demás.

¿Dónde estará?
Lo descubrimos en cada palabra y en cada gesto del Maestro, y tenemos posibilidad y deber de realizar milagros aún mucho mayores que los que Él hizo.
Por eso quizás tengamos la tarea urgente de un cierto hurto -sagrado robo de los templos de piedra- y volver a rendirle culto y sacrificio en los templos latientes que somos, y especialmente en esas catedrales que son los pobres, los caídos, los marginados, los destratados.
Un Dios que es ánimo y alegría, que nos ama y nos cuida, que tiene una casa grande con muchas habitaciones, tantas como tantos somos, pues nadie -ninguno- ha de perderse.

En ese Dios creemos, y con Jesús y desde Jesús lo seguimos y anunciamos)

Paz y Bien

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