Para el día de hoy (29/05/17)
Evangelio según San Juan 16, 29-33
En el ambiente cargado de sentimientos de la Última Cena confluyen varias posturas.
Por un lado, el miedo, la confusión y la tristeza que ya sienten los discípulos. Ellos no suponían de ningún modo que el Mesías esperado fuera como su Maestro, un hombre pobre y humilde que, contra todas sus expectativas, se iba a entregar voluntariamente a las manos de sus enemigos, al horror y a la abyección de la cruz, un Mesías derrotado y muerto, un Maestro que les enseña a amar y amarse por sobre todo, en la locura imposible de amar también a esos enemigos que buscan su mal y su destrucción.
Pareciera que en estas contradicciones -extremándolas, agudizándolas con esas ansias deshumanizantes que tantos esgrimen- se ubicaría Jesús de Nazareth. Él predica un reino que no es de este mundo porque sólo acepta al poder como servicio, y por ello mismo cualquier ansia de dominio,de prebendas y glorias nada tienen que ver con la Buena Noticia que respira y que es su horizonte fiel.
Él les afirma con su misma existencia en ese suplicio inminente que morirse por lo demás está bien, que es bueno, que es necesario para que todos vivan, que no hay que desanimarse ni abdicar de cualquier esperanza porque Él, aún antes de los espantos de la Pasión, ya ha vencido al mundo.
Porque vencer al mundo es confiarse en ese Cristo, en espejo a esa confianza desmedida e inusitada que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, mujeres y hombres poco fiables y quebradizos en nuestras miserias.
Vencer al mundo es afirmar cada día que morirse para que otros vivan y pervivan no es derrota por la muerte sino afirmación tenaz del amor, dar la vida de una vez, dar vida a cada día, con paciencia, con obstinación solidaria, con generosidad que no busca otro salario que el deber cumplido.
Vencer al mundo es permitirse la esperanza, con todo y a pesar de todo.
Paz y Bien
Por un lado, el miedo, la confusión y la tristeza que ya sienten los discípulos. Ellos no suponían de ningún modo que el Mesías esperado fuera como su Maestro, un hombre pobre y humilde que, contra todas sus expectativas, se iba a entregar voluntariamente a las manos de sus enemigos, al horror y a la abyección de la cruz, un Mesías derrotado y muerto, un Maestro que les enseña a amar y amarse por sobre todo, en la locura imposible de amar también a esos enemigos que buscan su mal y su destrucción.
Pareciera que en estas contradicciones -extremándolas, agudizándolas con esas ansias deshumanizantes que tantos esgrimen- se ubicaría Jesús de Nazareth. Él predica un reino que no es de este mundo porque sólo acepta al poder como servicio, y por ello mismo cualquier ansia de dominio,de prebendas y glorias nada tienen que ver con la Buena Noticia que respira y que es su horizonte fiel.
Él les afirma con su misma existencia en ese suplicio inminente que morirse por lo demás está bien, que es bueno, que es necesario para que todos vivan, que no hay que desanimarse ni abdicar de cualquier esperanza porque Él, aún antes de los espantos de la Pasión, ya ha vencido al mundo.
Porque vencer al mundo es confiarse en ese Cristo, en espejo a esa confianza desmedida e inusitada que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, mujeres y hombres poco fiables y quebradizos en nuestras miserias.
Vencer al mundo es afirmar cada día que morirse para que otros vivan y pervivan no es derrota por la muerte sino afirmación tenaz del amor, dar la vida de una vez, dar vida a cada día, con paciencia, con obstinación solidaria, con generosidad que no busca otro salario que el deber cumplido.
Vencer al mundo es permitirse la esperanza, con todo y a pesar de todo.
Paz y Bien
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