Para el día de hoy (02/05/17):
Evangelio según San Juan 6, 30-35
En los ojos de muchos perduraba el asombro del pan multiplicado, de la multitud alimentada a partir de una simple comida de pobre por mediación del rabbí de Nazareth, pero también tenían profundamente arraigado su orgullo nacional y religioso, máxime en tiempos en que Israel se encontraba humillado por el poder imperial romano.
De allí la reivindicación a Moisés, al maná que comieron sus padres durante los años del crisol desértico, el pan providencial que los sostenía día a día.
No está nada mal, claro que nó, historia y memoria. Pero no se vive de glorias pasadas. Por el contrario, el pasado que nos nutre debe re-crearse y vivirse en los valores que se expresan siempre en tiempo presente. Mirar siempre hacia atrás niega ojos al futuro.
El maná era el sustento cotidiano, y no se podía acumular ni guardar pues su función era precisamente esa, sustentar la existencia cotidiana desde la bondadosa providencia de un Dios que nunca se desentendía de las necesidades de su pueblo.
En cambio, el pan de Cristo persiste, nada se pierde, es un pan que cuando todos se sacian sobreabunda y se guarda para los que vayan llegando a la mesa fraterna del Reino.
Vivir en el desierto, sin nada, era imposible, y ellos llegaron a la Tierra Prometida. Con todo, los peregrinos murieron. El pan de Cristo -su propia vida- es pan para la vida eterna, pan de la vida por siempre, pan que sustenta cuerpos y corazones, pan que todo lo vivifica.
Hay un hambre terrible, hambre que es una afrenta gravísima, el hambre impuesto, el hambre razonado, el hambre al que están sometidos tantos y que parece una condena brutal a los pobres.
Pero hay un hambre fundamental, imprescindible, un hambre santo, el hambre del pan de vida, de Cristo, para saciar a un mundo inerme en su pecado, demolido de violencia e injusticia, acotado a una intrascendencia que hiere los sueños.
Señor, danos siempre de este pan.
Paz y Bien
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