Para el día de hoy (17/05/17)
Evangelio según San Juan 15, 1-8
La vitivinicultura es milenaria; a través de los siglos, aún cuando hubo muchos cambios por los avances tecnológicos, la raíz sigue siendo la misma, y es la calidad de la uva, fruto de la vid.
Los oyentes de Jesús lo sabían bien: las mejores uvas son las que surgen de las ramas o sarmientos más cercanos al tronco, a la vid, toda vez que reciben plena la savia nutricia que las vivifica y florece. Las más alejadas son, por lo general, desechadas para la fermentación del mosto primario.
Y sucede lo mismo con las ramas: cuando se alejan demasiado de la vid, se resecan y no dan fruto, y la única utilidad o destino de esos sarmientos es el ser utilizadas como leña, y también han de ser podadas del cuerpo principal de la vid para que ésta genere brazos nuevos y fructíferos.
Contra todo pronóstico de pervivencia fundado sólo en el sustento que se adquiere desde fuera, la enseñanza del Maestro remite a una interioridad total entre Él y el creyente, dador generoso de la savia que nos hace vivir.
En su cercanía nos volvemos madera verde que brinda buenas uvas, uvas que han de pisarse y fermentarse para transformarse en vino bueno.
En cambio, cuanto más nos alejamos nos resecamos y nuestra existencia deviene inútil, sin horizonte, estériles en todos los aspectos. Y aquí es menester derogar esa imagen de un Dios que entrega como pasto de las llamas a las ramas secas. El Dios de Jesús de Nazareth es un Padre y una Madre que ama y cuida, es el Viñador que a veces nos poda para que nos crezcan cosas nuevas, es Aquél único conducto por el cual nos viene la vida.
Porque tenemos un destino de vino bueno, y María de Nazareth lo sabía bien pidiéndolo para nosotros, y el Maestro se funde en nuestro devenir transformando cada día, en la mesa de los hermanos, a ese vino en su sangre para la Redención.
Los oyentes de Jesús lo sabían bien: las mejores uvas son las que surgen de las ramas o sarmientos más cercanos al tronco, a la vid, toda vez que reciben plena la savia nutricia que las vivifica y florece. Las más alejadas son, por lo general, desechadas para la fermentación del mosto primario.
Y sucede lo mismo con las ramas: cuando se alejan demasiado de la vid, se resecan y no dan fruto, y la única utilidad o destino de esos sarmientos es el ser utilizadas como leña, y también han de ser podadas del cuerpo principal de la vid para que ésta genere brazos nuevos y fructíferos.
Contra todo pronóstico de pervivencia fundado sólo en el sustento que se adquiere desde fuera, la enseñanza del Maestro remite a una interioridad total entre Él y el creyente, dador generoso de la savia que nos hace vivir.
En su cercanía nos volvemos madera verde que brinda buenas uvas, uvas que han de pisarse y fermentarse para transformarse en vino bueno.
En cambio, cuanto más nos alejamos nos resecamos y nuestra existencia deviene inútil, sin horizonte, estériles en todos los aspectos. Y aquí es menester derogar esa imagen de un Dios que entrega como pasto de las llamas a las ramas secas. El Dios de Jesús de Nazareth es un Padre y una Madre que ama y cuida, es el Viñador que a veces nos poda para que nos crezcan cosas nuevas, es Aquél único conducto por el cual nos viene la vida.
Porque tenemos un destino de vino bueno, y María de Nazareth lo sabía bien pidiéndolo para nosotros, y el Maestro se funde en nuestro devenir transformando cada día, en la mesa de los hermanos, a ese vino en su sangre para la Redención.
Que nosotros también, merced a nuestra unión con Cristo, nos volvamos vino bieno que vivifique a los hermanos.
Paz y Bien
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