Para el día de hoy (09/05/17):
Evangelio según San Juan 10, 22-30
El marco en el que se ubica la lectura de este día es el de la Fiesta de la Dedicación, la que tal vez conozcamos como Hannukah; ella no tiene un día exacto, y varía según el calendario judío, pero suele situarse por el mes de diciembre, es decir, cuando en Israel es invierno.
Esta
festividad, que transcurre durante ocho días, es muy cara a los afectos
de la nación judía, en ese momento sometida por Roma. Luego del
derrumbamiento del imperio de Alejandro Magno, la parte norte del mismo
estuvo gobernada por Antíoco IV autodenominado Epífanes, es decir, que
se consideraba a sí mismo con carácter de divinidad, y Judea era una
provincia más de sus dominios.
Antíoco
IV tomó la decisión de imponer todos los aspectos de la cultura
helenística en los territorios que gobernaba: precisamente, fué en Judea
en donde encontró franca resistencia a esos designios. Esa resistencia
fué aplastada sin piedad, con la fuerza de las armas, de cruentos
homicidios y de injuriosas humillaciones.
La
fé de Israel declarada ilegal, su práctica causal de ejecución sumaria,
el Templo profanado una y otra vez, y aquellas mujeres y hombres que
permanecían fieles eran sometidos a ultrajes y a la muerte.
Desde
una aldea, un sacerdote llamado Matatías se rebela contra la orden real
que menoscababa su libertad religiosa, e inaugura una guerra de
guerrillas contra el invasor desde las colinas circundantes. A su
muerte, uno de sus cinco hijos, Judas, llamado Macabeo -el martillo-
toma el mando de la rebelión y al frente de un reducido número de
combatientes derrota las ingentes fuerzas opresoras y en el año 164 AC
recobra para su pueblo a Jerusalem y al Templo Santo.
Junto
con su reconquista, Judas Macabeo y los suyos limpian el Templo, lo
purifican y lo dedican nuevamente a su Dios. Su victoria final llegará
años más tarde, cuando toda la nación judía vuelve a ser libre,
inaugurando una época de paz y prosperidad.
Mucho más allá de una consideración histórica, estratégica y política, Hannukah es una celebración eminentemente espiritual.
Es
celebración de un pueblo dispuesto a morir con tal del reencuentro con
su Dios, ansias de su cercanía y su trascendencia, hambre de que ese
Dios vuelva a ser el centro de su vida, que su santidad todo lo inunde,
que su presencia vuelva a ser tangible.
Con Jesús de Nazareth el memorial de la gesta macabea adquiere significado pleno.
Dios
se hace nuevamente presente en medio de su pueblo, señal de eternidad y
liberación en ese Cristo humilde y servidor que camina y enseña en los
atrios del Templo.
Pero
es un tiempo nuevo y distinto, y la santidad se desplaza de las piedras
suntuosas y de las joyas ornamentales a ese cuerpo que será entregado a
la voracidad de la cruz y que por el poder absoluto del amor
resucitará. Por Él, cada hombre y cada mujer se revelan templos vivos y
latientes del Dios de la Vida, un Dios que continuamente nos llama y nos
busca, que nos purifica, que nos libera, que hace que cada momento de
la existencia pueda ser santo si nos atrevemos a escuchar su voz y a
mantenernos fieles a esa confianza infinita que ha puesto en nosotros,
mínimas ovejas cuidadas por las manos bondadosas del Buen Pastor.
Nosotros escuchamos su voz y le seguimos. Demasiadas voces nos empujan al abismo. Sólo su voz nos conduce a la vida, y vida en abundancia. Nada ni nadie puede arrebatarnos de su mano.
Nosotros escuchamos su voz y le seguimos. Demasiadas voces nos empujan al abismo. Sólo su voz nos conduce a la vida, y vida en abundancia. Nada ni nadie puede arrebatarnos de su mano.
Paz y Bien
2 comentarios:
Nosotros escuchamos su voz y le seguimos. Demasiadas voces nos empujan al abismo. es una gran verdad, yo me hago la pregunta ¿escucho realmente su voz o escucho las voces que llevo dentro?, gracias.
Quizás la respuesta pase por los frutos que seamos capaces de brindar. Por los frutos seremos reconocidos, y allí revelaremos la voz que habremos escuchado, y que nos lleva a buenos pastos.
Paz y Bien
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