Para el día de hoy (22/10/11):
Evangelio según San Lucas 13, 1-9
(Los sucesos relatados por Jesús de Nazareth -el asesinato a manos imperiales de unos galileos probablemente zelotas, la muerte de unos jerosolimitanos por el derrumbe de una torre- era y son leídos de varias maneras.
Por ejemplo, con un talante resignado, aquel que supone que la vida es muy corta, que todo ya está decidido y que, por eso mismo, carece de importancia cambiar y transformarse.
O bien desde la perspectiva de un dios juez y represor, que dictando las leyes del mercado de las almas dicta las diversas tarifas para premiar piedades o castigar pecados. Un dios del éxito y la prosperidad que es rápido en cuestiones punitivas: para ese dios toda desgracia está más que justificada, y la conversión supone la adquisición de la salvación post mortem y el evitar todo sufrimiento en tiempo presente.
Ése no es el Dios Abbá de Jesús de Nazareth, un Padre que perdona, una Madre que abraza, Dios del rescate y la salvación universales.
Una certeza tenemos todos los seres humanos, creyentes o incrédulos, y es la de que todos -invariablemente- vamos a morirnos. De eso no hay lugar a dudas, es indiscutible y es signo de nuestra finitud y nuestras limitaciones.
Es claro que frente a ello solemos inventar, a menudo con gran creatividad, mecanismos para que el agobio de esa verdad no nos sea tan gravoso. La fuga es a menudo una opción cierta, y hasta nos hemos creado dioses y religiones muy convenientes al respecto.
Pero vuelven a despertarnos de esa modorra de esclavitud las palabras del Maestro: no importa tanto el morir, sino más bien el cómo se vive, y especialmente si se vive en plenitud y en verdad.
La invitación hoy trasciende las fronteras de las mujeres y hombres de fé, cristianos de las distintas familias: es el atreverse a dar el paso y liberarse de tanta des-gracia, viviendo la vida como un don, como un regalo, como algo gratuito -gratis, Gratia, Gracia-, y que vale la pena vivir, que es valioso en cualquier momento de la existencia torcer el rumbo y salir de la desolación y el desierto hacia campos verdes de liberación.
Esa higuera que no es arrancada, y a la que pacientemente se le aguarda su tiempo frutal es el mejor símbolo de nosotros mismos: quizás la mejor cosecha surja cuando nos animemos a romper esas caparazones de egoísmo y soledad que nos agobian, y salir al encuentro de los que agonizan en silencio y abandono, los que soportan desgracias que se les imponen e infringen, con la buena noticia de que todo puede cambiar aquí y ahora.
Hay que atreverse al escándalo y la locura de la cruz)
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario