Para el día de hoy (20/10/11):
Evangelio según San Lucas 12, 49-53
(La cruz no era -como se supone erróneamente- el método de ejecución preferido en Israel; cuando un condenado por el Sanedrín había de ser ejecutado, se lo sacaba fuera de las puertas de la ciudad, y se lo apedreaba hasta morir, sistema que conocemos como lapidación.
La crucifixión era el cadalso normativo y predilecto del Imperio romano, y se reservaba especialmente para los hechos subversivos y para los crímenes más abyectos. A la vez, además del horror que suponía ver agonizar durante días u horas a un condenado, tenía una doble intencionalidad: una ejecutoria -el patíbulo en sí mismo- y una ejemplificatoria. El metamensaje era bien claro: ésto es lo que les espera a los rebeldes, éste es el castigo que puedes esperar si tuerces tus pasos.
No era menor el rótulo impuesto por la ley mosaica: todo ejecutado tanto en la horca como en la cruz era declarado maldito e impuro en grado sumo.
Por ello, asumir como propia la cruz de Jesús de Nazareth implica atreverse a ser considerado subversivo, abyecto, maldito, uno más de tantos despreciables.
Nada más ni nada menos: lo obvio es que no se trata de cuestiones cómodamente celestiales y lejanas, sino un aquí y ahora de dolores y exclusión.
Porque el camino del Reino, los senderos de la Buena Noticia dividen las aguas: atreverse a ser solidario, compasivo, a dejar a Dios ser Dios, el desafío de la gratuidad y el actuar por desinterés, el no someterse al imperio del dinero, el invitar a tu mesa a quienes nadie sentaría es nadar contra la corriente, es enfrentar -aún sin quererlo- a un mundo que todo rotula con un precio, que fabrica sus propios dioses del mercado y el confort, que rinde culto al egoísmo y al desprecio militante.
Ése es el fuego del que nos habla el Maestro, ésa es la disyuntiva necesaria que es consecuencia directa de vivir en la cotidianeidad el Evangelio.
Vá mucho más allá de un sistema religioso: es una opción vital que engloba la totalidad de la existencia.
Hemos de rogar que el Espíritu nos mantenga encendidos esos fuegos, por una cuestión primera de fidelidad, para que nadie pase más frío de soledad, de miseria, de angustia y abandono)
Paz y Bien
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