Saberse hijos

Para el día de hoy (14/04/11):
Evangelio según San Juan 8, 51-59

(No iban a tolerarlo, claro que no.
En su horizonte escaso creían en un dios de poder, juez severo, controlador de toda pertenencia; en esa afirmación contundente se aferraban a esa racionalidad que no acepta aquello que se escapa de su esquema mezquino.

Frente a este panorama de sombras, acontece el amanecer de Jesús: es la Palabra aguarda y late un destino de vida para siempre.
Es claro que para almas poco generosas, las enseñanzas del Maestro no sólo caen en saco roto sino que también resultan torpes y hasta blasfemas: quien cree en ese dios punitivo, sostiene a la vez la creencia de que la eternidad se corresponde a una acumulación mensurable de méritos y sus recompensas acumuladas. Más aún, lo que no se adapta al molde racional es palabra bonita e inútil a una misma vez.

Sin embargo, Jesús habla palabras nuevas, palabras de eternidad entretejidas en nuestro presente, palabras que hablan de plenitud expresada en salud, en alegría, en amor dado y recibido, en justicia y liberación, en una vida que merece ser vivida, en una vida que comienza con pasos vacilantes y -contrariamente a toda biología- no tiene límites ni fin.

En la magnífica ilógica del Reino, el infinito comienza naciendo a esta vida filial, en el saberse hijos.
Desde el hecho mismo del bautismo, pero también desde cimientos cordiales, nacemos a una vida nueva y plena y nos nace un Dios que es ante todo ¡Abbá! de todos.

Y hay una condición no exigida pero fundante: esa vida plena, en nuestro aquí y ahora, es también destino soñado para toda la humanidad.

Desde nuestra condición de hijos, y sólo desde allí -desde las palabras de Jesús- la vida se nos hace sagrada y santa, mas allá aún de toda religión, creencia y pertenencia.

El Dios de la Vida se nos revela como Padre y Madre de toda la humanidad que se des-vive por todos y cada uno de sus hijas e hijos)

Paz y Bien



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