Para el día de hoy (21/02/11):
Evangelio según San Marcos 9, 14-29
(Es tan vívida la manera en que Marcos nos transmite el Evangelio en el día de hoy que, de hecho, resulta difícil no involucrarse.
El Maestro baja de la cima del monte; se había transfigurado a la vista de sus amigos, se había vuelto translúcido...nada más baja al llano y lo golpea en su crudeza la oscuridad del dolor y la incredulidad.
Hay un padre que sufre doblemente: sufre por su hijo -todo indica que padecía epilepsia-, sufre porque porque ese mal es considerado consecuencia del pecado, maldición y posesión demoníaca. Sufre porque seguramente su vida familiar se encuentra quebrantada, porque se le esconde el futuro, porque la angustia lo vá estrechando cada vez más, porque aquellos a los que acudió en busca de ayuda -supuestamente expertos en esas lides- se muestran tan inútiles como él mismo.
El mal desborda a los presentes, los agobia, los paraliza y abofetea sus esfuerzos; todo parece estéril, todo parece aumentar en intensidad a pesar de todo lo que se intenta, y es una constante que hoy puede traducirse en el dolor que inunda los hospitales, en las drogas que devoran a nuestros hijos, en las guerras que asolan pueblos enteros, en la miseria militante, en el desempleo metastásico, en la obscenidad creciente de la corrupción.
Aún así, por una cuestión de puro amor suplica por ese hijo sufriente e imposibilitado de todo, y allí hay un signo para cada uno de nosotros.
Jesús se enoja y expresa palabras duras; puede que su exasperación surja de la incredulidad de los que están caminando con Él desde hace ya un tiempo, y todo parece quedar cerrado allí.
Pero Jesús es identidad plena con el Padre -lento a la cólera y rico en misericordia- y contra toda causalidad lógica, se vuelca hacia el muchacho doliente. Hay alguien que tiene nombre e identidad y sufre, un niño aplastado por la enfermedad que aún no ha podido asomarse a la vida como un hombre pleno, y ése es el centro de eso que Él llama Reino.
En ese desconcierto de incredulidades, se revela la preeminencia de la fé -fides, fidelidad- aún más allá de la vida cristiana, fé que el Maestro nos enseña y descubre como totalmente humana y, por ello mismo, universal.
En esos pasos vacilantes -jinetes en la montura de la duda-, ha de prevalecer la fé más allá de los gritos desconsolados de la razón, fé que es don y misterio, fé-árbol tenaz que se mantiene incólume a pesar de que parezca haber ganado la partida la muerte.
Hacia el final, las palabras de Jesús suenan enigmáticas: hay determinado tipo de males o espíritus que sólo pueden ser arrojados mediante la oración.
Seguramente, hondas exégesis nos pueden clarificar este pasaje -especialmente para no quedarnos en un simple manual de exorcismos acotados a unos pocos elegidos-.
Sólo por hoy, nos quedaremos en ese poder misterioso que en reside en la oración, y que tiene que ver más en lo que se escucha que en lo que se dice. Porque ante todo, la oración es el Espíritu que resuena en nosotros y nos hace decir -¡Abbá!-.
Desde ese Dios misericordioso y compasivo, Padre y Madre de toda la humanidad, se nos asegura que desde el diálogo con Dios y la fidelidad que no se resigna, hay otras vidas posibles, hay salud, hay liberación, hay plenitud...acontece el Reino)
Paz y Bien
Granito de arena de Esperanza...Viernes de Pasión
Hace 5 horas.
2 comentarios:
La oración es como quedarse en casa del Padre, pero no como el hijo mayor, si no sintiendo de verdad que todo lo suyo es mío.
Entonces, nada se nos imposible por Su Amor
En el Amigo
al + mc
Y pensar que está todo allí, sólo nos falta cierto coraje -tal vez por esa estatura de hijos nos llega la Palabra como testamento, herencia-
Gracias por tus palabras
Un abrazo en el Amigo y Señor
Paz y Bien
Ricardo
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