Hombres como árboles

Para el día de hoy (16/02/11):
Evangelio según San Marcos 8, 22-26

(Jesús y sus amigos llegan a Bethsaida -literalmente casa de cazadores-, patria chica de Pedro y Andrés, de Santiago y de Juan.
Ése aparentemente es el hecho histórico y geográfico; aún así -día a día- hemos de recordar que la Palabra es un itinerario espiritual, es decir, que a través de ella sí se descubre una historia: la de cada uno de nosotros, la propia existencia tejida junto con la mano providente de Dios.

Así podemos comenzar a preguntarnos cuestiones primordiales, que son tales pues ante todo dirigen toda pregunta al centro de nuestros corazones, a la raíz de nuestras vidas.

Un hombre ciego es llevado a su presencia, y los que le llevan le suplican a Jesús que lo toque y lo cure; llama la atención la pasividad de este hombre, que está rendido a lo que le sucede, inmóvil en su mal. Hay otros que deben movilizarse por él, aún cuando no comprendan del todo a ese rabbí galileo, al que son capaces de ver -con bastante fé- como un sanador, un milagrero renombrado de acciones eficaces.
Más aún resalta el gesto del Maestro: lo toma de la mano, y lo lleva fuera del pueblo... quizás porque el camino hacia su Padre -eso que llamamos fé- implica contacto personal, ternura capaz de llevarnos de la mano como niños, un éxodo tenaz de la rutina que nos agobia y somete, la ruptura silenciosa con lo que está mal, hace daño y aísla.

Es un milagro extraño: habituados a curaciones rápidas de Jesús y, peor aún, esclavos de una cultura de lo inmediato y de lo instantáneo, pareciera como que la sanación de este hombre no fuera precisamente un milagro.
Justamente en la paciencia del Maestro y en el tiempo que dedica a cada hombre -pues cada uno de nosotros tenemos nuestros tiempos- está el milagro de la persistencia de la bondad de Dios revelada en Jesús.

No hay excusas: nosotros también solemos ver a los hombres como árboles, a varones y mujeres de modo desdibujado, existencias borrosas.
Quizás nos hemos vuelto ciegos de ver al prójimo tal cual es, y lo seguimos viendo como una silueta similar a un árbol, perdidos en nuestra capacidad de reconocerlo en su totalidad humana como hijas e hijos de Dios y por tanto, hermanos nuestros.

Tal vez sea imperioso permitirle/nos que resuene en nuestro interior esa pregunta crucial: -¿Ves algo?- y desde allí -respuesta sincera mediante-, desandar paso a paso el tiempo de la ceguera y el dolor, y volver a ver en plenitud.

No hay posibilidad alguna de ver y mirar al Maestro si somos incapaces de ver y mirar al hermano.

Y allí sí, ya no habrá regreso a la casa antigua del dolor y el aislamiento, pues tenemos un destino de hogar y vidas compartidas y luminosas, senderos de salud y liberación para cada uno de nosotros y para tantos hermanos nuestros inmóviles en su sufrir y en sus miserias)

Paz y Bien


2 comentarios:

rara calma dijo...

Todo lo que has explicado de esta Palabra es clarificador y luminoso.

Un abrazo.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Uno tiene -a pesar de que a menudo reniega de ello- vocación de espejo y destino de cristal. La luz no nos pertenece, sólo la reflejamos y transparentamos...aunque a veces lo hacemos tan difícil...
Muchas gracias por tus palabras generosas, Rara Calma
Un abrazo grande
Paz y Bien
Ricardo

Publicar un comentario

ir arriba