Esas Anas de la profecía y el servicio

Para el día de hoy (30/12/10):
Evangelio según San Lucas 2, 36-40

(Desde la esperanza que nunca se rinde, los pobres y sencillos, los que son ignorados, los que no son tenidos en cuenta, los que están al margen de todo, ellos precisamente son los que descubren la presencia de Dios en lo cotidiano de sus vidas, a partir de la sencillez de un Niño en brazos de su Madre.

Maravillosa contradicción que desarma toda lógica, y que es semilla de milagros.

Ana -hija de Fanuel, viuda durante décadas- servía a Dios y a sus hermanos desde la oración. Ya anciana, más de ochenta años, carga el peso de sus años sólo en apariencia: desde dentro le brota canción y profecía, el Espíritu de Dios renueva todas las cosas y torna buena toda mirada.
Al igual que Simeón, en ese Niño en brazos de su Madre ha descubierto al Salvador esperado, y no se calla, y cuenta a todo aquel que quiera escucharla que allí estaba Aquel que era la liberación.
Ella mira y vé en ese Niño al Mesías pues su mirada es una mirada de fé que es capaz de transmitirse a otros. Más aún: ese descubrimiento tiene un carácter incontenible, es imprescindible que otros se enteren de la mejor de las noticias.

En ella podemos intuir a tantas Anas de nuestras comunidades, magníficas abuelas de la oración tenaz, del servicio y el cuidado del prójimo, de ojos de mirada lejana capaces de profecía, es decir, de hablar con autoridad de las cosas de Dios.

-debo confesar que a menudo estas abuelas de todos nosotros sostienen en parte, en sus hombros frágiles y en sus almas tenaces, toda la carga del mundo. Si el universo se sostiene por la Misericordia, tú y yo, todos nosotros aún estamos vivos por el servicio infinito de su oración diaria...-

Con los ojos profundos de Ana, hija de Fanuel, es posible imaginarse esos treinta años de vida oculta de Jesús; el término no es demasiado justo, la Palabra nos revela ciertos signos que es preciso seguir.

Nos revela a un Niño que crece y se fortalece sano, y que también crece en sabiduría y Gracia, totalmente hombre, totalmente Dios.
Nos revela a un aldeano galileo criado y educado en la fé de Israel, desde la entereza de su padre carpintero y la ternura de su Madre Virgen.
Nos descubre a un Cristo tan nuestro, tan cercano, creciendo como nosotros, con sus alegrías y tristezas, su amor naciente y sus furias, su capacidad de aprehender y de aprender, su vida de fé y oración, su existencia de trabajador aplicado en el mismo oficio de su padre José, tekton.

Un Maestro fiel desde su nacimiento, fiel a sus padres, fiel a su pueblo, amigo intransigente en su fidelidad a Abbá y a cada uno de nosotros hasta la misma ejecución horrenda e ignominiosa, fidelidad incomparable que vencerá a la muerte pues se traduce en amor)

Paz y Bien


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