Miércoles Santo: treinta monedas, el precio de la traición

















Miércoles Santo

Para el día de hoy (17/04/19): 

Evangelio según San Mateo 26, 14-25








Judas Iscariote se ha convertido a través de la historia en sinónimo de traidor, de traidor maldito y abyecto. Así, todos aquellos que hayan quebrantado confianza y lealtades se transforman en otros tantos Judas de ocasión, y no se debe perder de vista lo obvio: traiciona quien es cercano, quien es parte, traiciona aquél en quien se confía.

A su vez, muchas opiniones fundadas han tratado de establecer los motivos que el Iscariote tuvo para entregar al Maestro a sus enemigos, todas ellas producto de importantes estudios y profusos razonamientos. Sin embargo, si algo tiene la condición humana es que no es unívoca, es decir, que los hechos acontecen por diversos factores que deben tenerse en cuenta en toda reflexión, y lo que en verdad cuenta, lo que es crucial y definitivo es que, sean cuales fueran las motivaciones que llevan a Judas a cometer esa traición, la misma es producto de su responsabilidad, nacida en la libertad respetada sin límites por el Maestro.

De cualquier modo y aunque las palabras fuertes se nos agolpen, no nos corresponde a nosotros enjuiciar a Judas. El Padre es infinitamente misericordioso, y como hijos suyos nuestra vocación es actuar conforme a ello.

En algo concordaban Judas y los otros discípulos, y era en su incapacidad en abandonar los viejos esquemas, anclados pétreos a sus mentes y corazones. La Buena Noticia en numerosas ocasiones les provoca reacciones desencajadas, interpretaciones erróneas y síntomas de miedo frente a la novedad del Reino.
La incapacidad de adaptarse y re-crearse, en un plano psicológico, es patológica. En ámbitos espirituales, mucho peor, pues refiere directamente a la creencia -que no a la fé- en un Dios inmóvil e inaccesible, ajeno al Dios Padre de Jesús de Nazareth que sale a nuestro encuentro.
Desde allí, tal vez, pueda comprenderse porqué Judas acude al Sanedrín, en donde se encontraban los enemigos más peligrosos y poderosos del Maestro. Más allá de cualquier criterio valorativo, el Sanedrín representaba para el pueblo judío la autoridad que no se contradice, la tradición viva de su pueblo, la ortodoxia y la identidad única; es decir, el Sanedrín es como la zona segura de confort, el espacio conocido que no representa riesgos propios.

Judas acude al Sanedrín porque allí no tiene que aventurarse en mares nuevos, es el agua calma que no se agita, y así resigna su vocación de pescador de hombres.
El Sanedrín ofrece a cambio de Cristo treinta sheqqels o monedas de plata, aceptadas para la limosna del Templo. El número no es caprichoso: esos hombres llevan la puntillosa observancia de la Ley al extremo, y la Ley establecía -Ex.21, 32- que cuando por accidente se lesionaba o mataba a un esclavo, se debía pagar en concepto indemnizatorio treinta monedas de plata. La elección esconde también un tácito insulto al Maestro, desmereciéndolo por considerarlo un esclavo, sin saber que se trata del Servidor sufriente, Dios que se hace esclavo de todos para que todos seamos libres.

Pero la memoria de Israel también tiene otro antecedente valioso en donde entran en juego treinta monedas de plata, y es el salario establecido por los dirigentes para el profeta Zacarías, también en modo de afrenta. Y no podemos olvidar a José vendido por sus hermanos a cambio de dinero.

Así entonces, se nos revela el rostro de un Cristo que tiene un pobre salario de profeta, que es vendido por los suyos y que es considerado peyorativamente como un esclavo, material descartable.

Quizás el mayor error de Judas Iscariote no es tanto el acto de la entrega a los enemigos del Señor, como suponer que la amistad pueda tasarse. Nunca se vende lo que se ama, el amor no tiene precio. Es tiempo de la Gracia, de Dios ofrecido gratuita e incondicionalmente sin límites para nuestra Salvación, al igual que la mesa y el pan compartido -la vida misma- que Cristo nos sigue ofreciendo aún sabiendo de nuestros quebrantos, de nuestras traiciones, de nuestros miedos y torpezas.

Él siempre nos espera para realizar nuestra Pascua, el alegre y confiado éxodo hacia la tierra prometida del amor de Dios..

Paz y Bien

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