La presencia del Señor a la vera de todos nuestros días

















Viernes de la Octava de Pascua

Para el día de hoy (26/04/19):  

Evangelio según San Juan 21, 1-14













Siempre es necesario estar atentos a los detalles, a las pequeñas señales. Aunque quizás inadvertidas, tienen por objeto dirigir nuestra mirada hacia profundidades que estén más allá de lo evidente, y aquí implica ir mar adentro de la Palabra.

Así nos encontraremos con la primer señal: la escena que nos brinda el Evangelio del día acontece en inmediaciones del mar de Tiberiades. La nomenclatura judía no llamaría a esas aguas así sino Mar de Galilea, Tiberiades es una denominación pagana, y precisamente ese error presunto impulsa a ir más allá de los escasos límites tradicionalmente establecidos, en misión hacia los gentiles.

Los discípulos presentes son siete, Pedro, Tomás, Natanael o Bartolomé, Juan y Santiago y otros dos discípulos cuyos nombres no se consignan para que allí ubiquemos nuestros nombres. Ellos han disminuido en su conformación primera por un traidor, pero también porque ellos se han dispersado en parte por sus miedos y en parte porque no han creído en el Maestro; la falta de fé inevitablemente hace mella. Sin embargo, lo decisivo aquí es el número siete, que refiere en la tradición bíblica como en el plano simbólico a todos los pueblos de la tierra; ya no será solamente doce por acotarse a las doce tribus iniciales de Israel, su misión debe encaminarse hacia todas las naciones. Pescadores de hombres, pescadores de humanidad en el mar de todo el mundo.

Ellos, siguiendo un impulso de Pedro, van a pescar. Es el regreso a lo viejo, a las antiguas costumbres conocidas sin riesgos ni peligros, desandar los caminos que recorrieron con el Maestro, un regreso al oficio anterior que no es misión vital sino abdicación de su misión apostólica y escatológica; ellos navegan en una noche que no es solamente una cuestión horaria sino el reflejo de sus vidas vacías y lúgubres por el Maestro ausente.
Los esfuerzos vanos, el hambre que se hace presente es el reflejo de una Iglesia que se embarca a menudo en grandes planes pero olvida navegar con Cristo. Sólo con Cristo los esfuerzos fructifican, tienen sentido, se hacen santos y quebrantan las grises rutinas que demuelen esperanzas.

Ese Cristo nos busca desde las orillas de nuestras existencias, santo afán de que nuestras vidas fructifiquen, que se navegue sin naufragios, que todo cambie, que nada sea en vano.
Entonces allí sí, contra todo pronóstico o especulación la pesca será milagrosa, una increíble cantidad de peces mantenidos con vida en redes asombrosas que nunca se romperán, que permanecerán firmes, las redes cordiales de la Iglesia que siempre se reencuentra con el Resucitado en la mesa compartida, en el servicio generoso.

El Discípulo Amado, la comunidad cristiana, es siempre quien descubre la presencia del Señor, y es a ese Discípulo Amado, al pueblo de Dios, a quien Pedro debe escuchar con genuina atención y humilde devoción, para sumergirse con pasión y confianza en las marejadas del mundo, pues el Resucitado lo espera y acompañará en todo su ministerio.

Paz y Bien


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