Cristo nunca es resignación ni fatalismo

















Para el día de hoy (12/04/19): 

Evangelio según San Juan 10, 31-42






Piedras de David contra Goliat. Piedras para ejecutar a los reos condenados. Piedras que se desprenden de los cerros. Piedras que representan estabilidad, y que se utilizan para construir hogares, sinagogas y templos. Piedras como armas. Piedras que se enarbolan para ejecutar a Jesús de Nazareth.

La Pasión está ahí cerca, dura, ominosa pero -por la fé- resplandeciente de fidelidad y amor.

Los dirigentes religiosos habían abandonado cualquier corrección política y de lenguaje encendidos de furia, y no quieren demorar más la sentencia que ya se ha incubado en sus corazones. Al rabbí de Nazareth lo quieren ajusticiar en ese preciso momento para que se calle, y porque se sienten ofendidos en su fuero más íntimo: ese hombre se iguala a Dios.

Dejan en segundo plano todo lo demás. No les importan todas las obras de bondad que ha realizado, el bien que ha prodigado. Quieren matar en nombre de Dios.
Curiosamente y aún desde sus obscenos prejuicios, esos hombres intuyen la dimensión mesiánica de Cristo quizás con más amplitud que los propios discípulos. De allí la gravísima acusación de blasfemia, cuya única consecuencia legal directa es la pena capital.

Es que Cristo, Dios hecho hombre, es un Mesías y un Dios demasiado inconveniente. Un Dios tan cercano nos despeina preconceptos, nos demuele las expectativas de poder, nos cuestiona la vida misma pues está con nosotros cada día, acampando entre nosotros, y Su presencia pone en evidencia todas las oscuridades que nos esforzamos en esconder.

Tal vez en estos tiempos la figura de Cristo es simpática, agradable, se puede escuchar con romántica fruición. Los problemas comienzan cuando advertimos que seguir sus pasos exige una radicalidad total, que no hay lugar a medias tintas, que es imperioso el éxodo de la conversión, y ahí alistamos las piedras que estamos dispuestos a arrojar a Dios, piedras de rechazo, de resignación y mediocridad.

Que el amor de Dios en la cruz nos revista de mansedumbre y nos vuelva discípulos y servidores.

Paz y Bien

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